Economia

DÍAS CONVULSOS

Las medidas anunciadas por el Gobierno han defraudado y constatan que los ajustes no pueden sacarnos por sí solos del atolladero

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Estos últimos días han sido ciertamente convulsos. Empiezo por lo malo. Tras un anuncio esperanzador que había suscitado grandes ilusiones, las medidas explicitadas por el Gobierno han defraudado a la inmensa mayoría de la opinión publicada y da la impresión de que también lo ha hecho con gran parte de la ciudadanía desilusionada. Se esperaban pocos ajustes y así ha sido. Se esperaban muchas reformas y no las ha habido. Se había prometido no tocar los impuestos y se tocarán algunos.

La desilusión proviene de la constatación de que los ajustes no pueden sacarnos por sí solos del atolladero. Máxime cuando los esfuerzos pedidos al sistema, vía impuestos, han sido superiores a los consentidos por el sector público, a través de su imprescindible reforma. Es cierto que los funcionarios han visto sus sueldos cercenados, pero también lo es que el sector público está sobredimensionado y duplicado. Reducir los gastos es contractivo, pero reducir el dinero de los ciudadanos por aumentos de los impuestos lo es aún más. Entre el paro y los impuestos, ¿quién y cuánto va a consumir en este país?

Luego vinieron las manifestaciones sindicales del 1 de mayo y aumentó la zozobra. Si el Gobierno trasmite la impresión de no saber o no querer adoptar medidas de reforma, los sindicatos trasmiten una exasperante inmovilidad. Mantienen un discurso victimista, excesivamente general y muy inclinado hacia la demagogia. Tampoco aportan soluciones ni explicitan las concesiones que estarían dispuestos a hacer a cambio de mejorar el empleo. Como siempre ha ocurrido, siguen siendo más sensibles a los supuestos derechos de los dieciséis millones de trabajadores que a las angustias reales de los más de seis millones de parados. ¿Cómo explicar, sino, la escasa participación en las convocatorias? ¿A qué se debe?

Total, que seguimos anclados. Bruselas reconoce los esfuerzos de Rajoy y por eso alivia los plazos exigidos para cumplir con los requisitos del déficit. Eso está muy bien, pero lo malo es que Rajoy empleará los plazos para aflojar el ritmo, no para contestar a las urgencias. Las previsiones presentadas por De Guindos no es que sean tristes, es que son demoledoras y arruinan cualquier expectativa de mejora en un período de tiempo demasiado largo. Tan largo que se acerca peligrosamente a las próximas citas electorales.

Ya han empezado a circular las encuestas y lo que anuncian no es nada bueno: rechazo a los partidos que han gobernado y empuje a los que aspiran a hacerlo. Pero todo insuficiente. Ni los primeros se derrumban tanto como para desaparecer del todo, ni los segundos suben tanto como para convertirse en alternativa real. Total, un horizonte de desilusión creciente, de dispersión del voto, de fragmentación partidista y, en definitiva, de ingobernabilidad.

Menos mal que el Banco Central Europeo alivió un poco nuestras penurias, al anunciar una rebaja de los tipos de interés. Las inversiones a riesgo serán más atractivas al compararlas con las que no lo tienen, que son menos rentables. El dinero será más barato, pero ahora nos falta que llegue a las empresas, para poder aprovechar su mejor precio, y eso es un poco más complicado.