LOS ÁNGELES CUSTODIOS
Actualizado: GuardarDebe el místico bizantino Dionisio Aeropagita el ser llamado así al hecho de haber vivido en el Siglo I d.C. en el barrio Areópago de Atenas, de la que llegó a ser obispo. Convertido al incipiente cristianismo gracias al magnetismo de San Pablo, su maestro, sostuvo siempre que la especie humana necesitaba de una tutela metafísica sistemática que la preservara de los riesgos inherentes a la existencia, tutela benéfica impalpable que ejercen de forma gremial los ángeles custodios, según aseguran las tradiciones cristianas confesionales. Así es. Lo asevero, mas en esta ocasión no lo hago desde mi condición de católico confeso de educación tradicional, sino desde la de experimentado observador de las ruinas propias de la gestión pública en los países tercermundistas que bien requieren de auxilio angélico. El ejercicio de la política que no se cimente en la concordia y el tolerante respeto a la opinión del convecino, nunca podrá ser considerado un fruto político edificante. Aun siendo cierto, según Ortega y Gasset, que la democracia se basa en «la obediencia de los administrados y la ejemplaridad de los administradores», no parece que estos atributos estén en boga.
El hecho de contemplar el alminar de la Gran Mezquita Omeya de Alepo derruido y marchitado su esbelto gesto de nardo canoro por un obús, máximo exponente de la cerrilidad, no puede asimilarse en Cádiz como una noticia más de un conflicto bélico más. Hablamos del escarnio a un pariente; de su degollación. Hasta Cádiz han venido viajando durante miles de años tradiciones enigmáticas cultas de nuestros parientes cananeos y sus distintas mutaciones que han venido tiñendo las lindes de este sinuoso camino inmaterial con la púrpura de la inocencia popular decapitada. La vida de los pueblos ancianos, desde los cananeos hasta los gadiritas, hasta nosotros los gaditanos de hoy, debe edificarse sobre la grandeza y elevación de ánimo, atributos propios de la magnanimidad. Hemos de acometer proezas, grandes empresas y epopeyas.
Aquel que de entre nosotros no se crea capaz y capacitado para aproar el sufrimiento propio de una recesión económica aguda; el que no sea capaz de confesar desde su propio alminar que ha sido colaborador necesario de este desbarajuste por haberse acomodado a la inmoral molicie y a la cretina babosería del idolatra postrado ante los idolillos del huero progresismo, que se acomode tras la pancarta gregaria de las indignaciones, debiendo advertirles que tras esas pancartas no pueden tutelarles los ángeles custodios. Tras esas pancartas cainitas sólo encontrarán cierto alivio para paliar los retortijones de la disentería fruto del pánico a la quiebra material. Los pueblos profundos, los bíblicos, los de raza abierta y cráneo sosegado como el nuestro, no necesitan una curatela angelical específica, pues somos hijos del suntuario porvenir de la invencible espiritualidad magnificente. Somos de luminosa progenie ilusionada.