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Peces de Hacienda

ANDRÉS G. LATORRE
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Querido lector, no le voy a dar la murga con lo de que Hacienda somos todos pero unos más que otros y bla bla bla. No le voy a castigar con qué vergüenza, que me suben los impuestos oiga, y los políticos mientras, a la sopa boba. Ni siquiera atacaré con el consabido lo que tardan en devolver Hacienda, pero cuando tienen que cobrar, qué prisa se dan, será para sus amigos los de los bancos... Pues no. Porque no es eso lo que más triste me pone de Hacienda. Lo que me contrista de verdad es pasar por el edificio que se esconde tras el pájaro jaula y que ya no estén sus peces de colores. ¿Se acuerdan? Venga, que sí, que no son tan jóvenes. El pequeño estanque que había en la delegación era uno de los grandes tesoros que tenía en mi infancia. Su pérdida fue un atentado, en mi yo interior, peor que la revisión de construcción en zonas del litoral o que el disparatado proyecto de dragado sobre el Guadalquivir para hacer ricos a los que ya lo son. Felonías sobre la naturaleza sólo superadas por la condena al exilio de los monos del parque Genovés. La cara que puse de pequeño cuando vi por primera vez a nuestros peludos primos pequeños sólo es comparable a la que puso Urdangarin cuando bueno, a la que puso y a la que pone en general cada vez que alguien, en una conversación banal, dice algo de un email.

Y también les quiero hablar de educación. No, no alerten sus fusiles que no quiero ser plomo con la persecución a Educación para la Ciudadanía ni a como volvemos, con nuestra famosa política pendular, a tratar de poner trabas a las lenguas de cada comunidad autónoma. El tema, incluso, de la reducción de becas y subida de tasas en las facultades es menor en mi egoísta balance interior cuando rememoro los pasillos de la Institución Provincial Gaditana, colegio beduino donde yo pasé tantos días de clase con monotonía de lluvia tras los cristales. La amenaza de cierre del colegio y la destrucción de aquellas aulas es mucho peor que la bravuconada tonta de Kim Jong-un de llenarnos el cielo de uranio con sus cohetes de fantasía estalinista. Todo lo nuevo, por reciente que sea, parece estar hecho para volarnos por los aires la memoria.