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Cadena de favores

Yolanda Vallejo
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Supongo que igual que le vemos las orejas al lobo también deberíamos tener capacidad para ver más allá. Y, aunque de momento, más allá no vemos absolutamente nada, hay algo que nos dice que con la ayuda de ciertas dosis de resignación o de ingenuidad o de ceguera, uno puede construirse un final feliz al estilo Hollywood, y hasta creérselo. Sucede a menudo, en medio de grandes catástrofes –siempre creemos que hay un happy end en cada tragedia– y en las catástrofes cotidianas, cuando sacamos a pasear nuestra sensiblería y nos agarramos fuertemente al clavo que más arde. «El mundo no es exactamente una mierda», decimos entonces como Trevor, aquel niño de ‘Cadena de Favores’ que intentó cambiar el mundo antes de que el mundo lo cambiara a él. Una idea tan simple como atractiva. Tres favores a tres personas y el compromiso de repetir sin solución de continuidad la fórmula, hasta el infinito y más allá. Una idea tan simple como absurda, porque esas cosas sólo pasan en los cuentos.

Hace mucho que no hay buenos y malos por aquí. Los hay malos, y peores. La bondad salió pitando en cuanto pudo. «Alguna gente está acostumbrada a las cosas como están y aunque estén mal no pueden cambiar», insiste el protagonista de la película. Y es ahí donde únicamente lleva razón. Hemos visto cómo bajaban los sueldos mientras subían los casos de corrupción, hemos visto cómo unos perdían el empleo mientras otros encontraban la manera de derrotarnos, hemos visto cómo se hundía nuestro futuro mientras salía a flote nuestro pasado más perverso. Y no hemos hecho nada por remediarlo.

El mundo no es exactamente una mierda, sino lo siguiente. Por eso nos gusta tanto lavar nuestra conciencia en la fuente de los deseos, plantar un draguito, darle al ‘me gusta’ en facebook, apadrinar algo, encender unas velas… en fin.

Y por eso nos ha gustado tanto la iniciativa de Jose Antonio Piñero, este periodista gaditano que ha colapsado Youtube con su propuesta de cadena de favores. «Animo a la gente a que al menos haga una buena acción», dice mientras aconseja reituitear y compartir la idea. No está mal, aunque no sea la primera vez que alguien lo propone. En 2005 Kyle Macdonald demostró que era fácil cambiar un clip rojo por una casa, si se sabía cómo, aunque en ese momento, en este país ya se podían conseguir casas y otras cosas, sin necesidad de clips rojos. En 2009, Ignacio Urrutia y Luis Manuel Calleja abordaban el tema en su libro ‘Gestión de favores’. Se hablaba entonces de problemas más triviales, el estrés y el banco de tiempo, el arte de saber pedir, la confianza, y todo ese diccionario de términos de bonanza, hoy completamente en desuso.

Me gusta lo de hacer favores, y para qué vamos a engañarnos, me gusta más que me los hagan. Y a usted también. Invirtamos la cadena. Piense en tres favores que le gustaría que le hicieran y compártalo, a ver hasta dónde seríamos capaces de llegar. No sea megalómano, no piense en imposibles, así que olvide lo de Brad Pitt o el viaje a Las Vegas y piense en cosas más indispensables, que alguien nos haga el favor de callar a Fátima Báñez o que alguien le ponga las maletas en la calle a Pastrana o que por favor, dejen de menear a los santos, que hay vida más allá.