Dimitir no es nombre ruso
Actualizado: GuardarPero para algunos sí que podría serlo: Dimitir, escrito en cirílico, con entonación siberiana, recién llegado del gulag (de buey), con prohibición de reelección por más de dos mandatos, que tiene guasa –para algunos– que lo hiciera el expresidente José María Aznar y no lo haga Cándido Méndez. Ni Manuel Pastrana. Que Pastrana, tanto hombre como nombre, me recuerda hace un año cuando comí el sandwich de pastrami “’Woody Allen’ en un típico restaurante de NY: tenía dos plantas. Sólo le faltaba un sótano con bodega y un lucernario. Qué sindicalista es tener un lucernario, yo quiero uno. Pero con lo que Dimitir, nuestro amigo despedido en un ERE ugetista, no traga es con lo de la Visa Oro. «Mí querer Visa Hierro, hoz y martillo, bandera roja y puño en alto». La internacional no, que me se atraganta el caviar de beluga (no era gulag, sino gulash, pero qué me se va a pedir a mí, siberiano de pro, laico anticlerical y desertor de la División Azul antes de haber si quiera nacido). Nos indigna más al populacho lo de Lanzas, su rostro quizá poco simpático, burlesco, pero eso es ya cosa de cómo lo haya tratado la vida (queremos pensar que bien, pero es cuestión de con quién se le compare, al compare). Sí, nos indigna, pero lo de Ugeté Cádiz, Cádiz (y Puerta Tierra) es que clama al cielo de los laicos (o sea, al cielo republicano, o algo así, Dimitir no lo tiene muy claro).
La que está liando Silvia Tubio, dice Dimitir. La van a mandar a Siberia a vender frigoríficos, se ha ganado el infierno del sindicalista, lo tengo claro, dice el bielorruso. Ésa muchacha rubia y despabilada. Dimitir, como buen ucraniano que es los martes y jueves, se lo dijo: Tubio, te has ganado el infierno del sindicalista. ¿Y cuál es? Ir al trabajo, incorporado a una escuadrilla de operarios, tras quince años de habitar una vivienda unifamiliar sindical en Sevilla, miarma y olé, de cuarenta millones de pesetas. Porque, no es por nada, queda un poco mal. Resta credibilidad a una entidad que es sufragada por los presupuestos de las administraciones públicas que se despida a 159 trabajadores con la reforma laboral que critica al Gobierno, y que, para colmo de males, coja la Tubio, que además es miarma y olé, y caiga que ese 30 de noviembre hubo un ágape elevado de parné que ni Urdangarin en los consejos de dirección con Diego Torres.
Pero claro, esto es Cádiz (España). Está prohibido. Lo más, lo más, descarto presentarme a la reelección: hay que dejar paso a la gente joven, que viene con fuerza (los que han quedado, la mayoría picaron billete con el ERE), dando ideas, deseando renovar la savia del árbol sindicalista al que poco a poco se le van cayendo, pochas, las frutas. Y yo mientras, en mi chabolita de prestado, miarma y olé, metiendo botellitas de Viña Ardanza –Gran Reserva, of course– en mi despensa bodeguera. Total, es cuestión de tiempo, que todo lo cura, y todos lo saben. Hay que hacer la técnica de la garrapata: anclarse hasta el final. Quod anclat permanecet. Y el ruso, que se vuelva a la USSR con los Beatles. ¿Dimitir? Lo siento, apenas entiendo el cirílico, no lo estudié en primero de escuela sindical: cogí la rama mixta con economía doméstica. Eso era lo mío. Hasta ese dichoso ERE que me jodió la vida.