Guillermo Brown
Actualizado: GuardarComplejo de Peter Pan, Síndrome de Guillermo Brown? No le faltan nombres a los idiotas para envilecer la punzada abrasadora de la rebelión contra el tiempo» (Fernando Savater). A finales de los cincuenta y primeros de los sesenta, cuando mi generación se inicia con avidez en el placer liberador de la lectura, la censura franquista puso especial celo en vetarnos tanto los últimos poemas de Antonio Machado como el pensamiento cristiano de Bertrand Russell. Pero se le escaparon los relatos de una escritora inglesa hija de clérigo y que trabajó como institutriz, Richmal Crompton (1890-1969), en los cuales describe las aventuras de un niño ácrata y su panda de amigos: ‘The Outlaws’ (traducido por la Editorial Molino como ‘Los Proscritos’). Guillermo Brown lidera los anhelos de unos muchachos sometidos a la represiva educación del nacional catolicismo, desafiando así las normas del modelo pacato de familia que reza unida y se aburre unida. Sus cuentos nos hacen libres, y nos identifican con quien roba fresas en la huerta del párroco, o elabora una cometa con la ridícula pamela que su hermana Ethel se había comprado para una boda refitolera. Crompton nos enseñó que la infancia no es sólo un camino para acceder a un modelo de conducta neo conservador, ajeno a esa edad feliz y desalmada que disfrutábamos. Tal vez por ello poco después encontramos sobradas razones para negarnos a crecer, leyendo a esos otros Niños Perdidos de la generación beat: Ginsberg (‘Aullido’, 1956), Jack Kerouac ‘En el Camino’, 1957) o Burroughs (‘El Almuerzo Desnudo’, 1959). Y en mayo del 68 con Raimon gritamos: «Diguem no!» Como en Berkeley, Praga o Paris.
Desde ‘Just William’ (‘Las travesuras de Guillermo’, 1922) hasta ‘William the Lawless’(‘Guillermo el Bandido’, 1970) se han publicado en castellano casi cuarenta libros que contienen toda una divertida serie de historias que reivindican el mundo irredento de la rebelde y gozosa inmadurez como antítesis al responsable y tontorrón modo de vida pequeño burgués, de forma mucho más inteligente que el sesudo mamotreto titulado: ‘El origen de la familia, la propiedad privada y el estado’, de Friedrich Engels.
No hace mucho un accidente casual nos arrebató al maestro milanés Roberto Segre que se instala en Cuba en 1963 seducido por la rebelde valentía de Fidel y el Che contra la ocupación de la isla por las mafias americanas, asumiendo la dirección de la Facultad de Arquitectura de La Habana, desde donde muestra otra forma de ser arquitecto tal como Guillermo nos enseñó otra forma de ser niño. Ya a finales de los noventa se traslada a Brasil, encantador el artículo en el que describe poéticamente la toma de posesión de Lula: ‘Alborada Roja en Brasilia’. Falleció el pasado 10 de marzo atropellado por una moto y nos espera en Never Never Land. Como Mark Twain, patriarca de la narrativa norteamericana, cuya publicación ‘Los Escritos Irreverentes’ acaba de ser editada en castellano en el centenario de su fallecimiento y es de lectura obligada para quienes sentimos que la libertad se agazapa entre las páginas de un buen libro como esos volúmenes rojos de la Editorial Molino que alegraron nuestra infancia siempre pendiente de recuperar.