Napolitano, reelegido presidente de Italia a sus 87 años ante la emergencia política
Es la primera vez que un jefe de Estado repite en el cargo, por un fracaso total de los partidos, y Grillo les acusa de dar un «golpe»
ROMA.Actualizado:Quien mejor ha descrito la situación es el propio Giorgio Napolitano, pero hace una semana, cuando le plantearon continuar en el cargo: «No me convencerán. Mi elección no es la solución y estaríamos al límite del ridículo». Efectivamente, en eso está Italia, aunque más bien ha superado ese límite tras volver a elegirle ayer como presidente de la República, a sus 87 años y después de siete. El propio Vaticano puede dar lecciones de agilidad si se piensa que ha dimitido un Papa con dos años menos y eligieron uno revolucionario en dos días. Los partidos italianos han sido incapaces de ponerse de acuerdo en otra persona y, por primera vez en la historia del país desde la posguerra, cuando nació la República, el jefe de Estado repite en el cargo.
Es por pura desesperación y el drama aún no ha terminado. Es un síntoma más del agotamiento y la grave crisis del sistema político italiano, bloqueado desde hace dos meses, después de que las elecciones no dieran un ganador claro y que aún no tiene nuevo Gobierno. Es de imaginar que esta salida de emergencia llevará también, de rebote, a la formación de un Ejecutivo de gran consenso, que se habría negociado en el mismo paquete, aunque sea de corto o medio plazo. De lo contrario Napolitano no habría aceptado ni loco. Explicó brevemente en una nota: «Me mueve en este momento el sentimiento de no poderme sustraer a una asunción de responsabilidad hacia la nación, confiando en que corresponda una análoga asunción colectiva de responsabilidad». Esto último era para avisar a los partidos de que fueran en serio y que no quería sorpresas, como ha pasado en las primeros escrutinios, donde el voto secreto ha hundido otros candidatos. Pero esta vez no las hubo.
El presidente saliente, el primer comunista en llegar a la jefatura del Estado, volvió a ser entrante a las 18.18 horas, cuando superó el umbral de la mayoría absoluta en la faraónica votación de las dos cámaras unidas más una representación de las regiones. En total, 1.007 electores. De hecho, una de las reformas que está en el aire es cambiar Italia hacia el presidencialismo, con elección directa del jefe del Estado. Napolitano fue elegido en el sexto escrutinio, en el tercer día de votaciones, y fue proclamado presidente a las 18.46, un momento histórico recibido con un aplauso unánime que parecía más bien de alivio liberatorio. Obtuvo 738 votos, muy por encima de la mayoría de dos tercios que se exigía en las tres primeras votaciones.
Berlusconi, en ascenso
Sin embargo la reacción en la calle del movimiento de protesta Cinco Estrellas (M5S) de Beppe Grillo, segundo partido en este momento, y que representa el odio a los políticos de toda la vida, el deseo general de cambio y regeneración, fue de absoluta indignación. Para ellos la elección de Napolitano es la imagen de un sistema agónico que se cierra sobre sí mismo. A las puertas del Parlamento la multitud gritaba 'vergogna' (vergüenza), «mafiosos» y «traidores» y al atardecer el centro de Roma estaba a rebosar de gente cabreadísima. El M5S presentaba al respetado jurista de izquierdas Stefano Rodotà, lanzado como un puente al Partido Demócrata (PD) de centroizquierda, pero solo les apoyó la formación comunista y ecologista SEL, de Nichi Vendola. Sacó 217 votos.
En uno de sus arrebatos retóricos, Grillo se pasó tres pueblos y acusó a los viejos partidos de «golpe de Estado». Con palabras de revuelta -«¡O se hace la democracia o se muere!»- convocó a los ciudadanos en Roma a tomar la calle y a un mitin improvisado para expresar su ira. El propio Rodotà se desmarcó de este tono, invocando el respeto al juego democrático, con una frase lapidaria. «Siempre he sido contrario a las marchas sobre Roma», en alusión a la histórica toma del poder de Mussolini. Se hizo de noche en la capital de Italia en un preocupante clima incendiario, aunque al final Grillo, pasado el calentón, anuló su acto, pidió calma y condenó cualquier violencia.
Napolitano ha accedido a petición, se supone que de rodillas y con juramentos, de los grandes partidos: el vencedor de los comicios, el PD de Bersani, gran víctima de esta crisis y que dimitió el sábado; el PDL de Silvio Berlusconi, triunfador de este embrollo porque consigue meter el pie en la puerta del poder, y la coalición centrista de Mario Monti, que está de adorno. También se sumó la Liga Norte. Es decir, toda la clase política tradicional, aferrada a un salvavidas para sobrevivir. Grillo es otro vencedor moral de esta crisis porque los hechos -la inutilidad de la clase política y su resistencia a cambiar- le dan la razón.
Es muy probable que en unas próximas elecciones siga subiendo, sobre todo porque aún robará votos al PD, que se puede dar por derrotado tras decepcionar una vez más a sus votantes con un suicidio colectivo. Nadie ha conseguido explicar por qué no han aceptado a Rodotà, perfectamente asumible para el PD, para abrir la puerta a un Gobierno de cambio real con Grillo. Berlusconi, que parecía acabado, se frota las manos y los sondeos le dan ganador.
El PD, que hasta ahora llevaba la voz cantante como primer partido porque le bastaban ocho votos externos más para imponer un candidato, se incorporó sumisamente a la embajada de capitulación ante Napolitano porque ya deambula hecho jirones sin una brújula. Fracasó en los dos primeros días de votación en elegir sus aspirantes debido a las divisiones internas. Al principio Bersani pactó con Berlusconi apostar por Franco Marini, un exdemocristiano reciclado en la izquierda, pero medio partido se rebeló a cualquier acuerdo con el odiado magnate y votó en contra. Quedó desautorizado y aceptó cambiar de nombre. Una asamblea eligió entonces a Romano Prodi en medio de una ovación unánime, pero le traicionaron igualmente 101 votantes. Bersani dimitió humillado y el PD es un partido al borde del colapso.