Giorgio Napolitano. / Guido Montani (Efe)
PERFIL

El político 'inmortal'

Giorgio Napolitano, presidente de Italia con 87 años, pensaba en la jubilación hace nueve. Ahora intenta desbloquear el país con un comité de sabios

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Amediados de noviembre de 2011, el presidente de la República recibió a la selección italiana de fútbol. El capitán 'azzurro', Gigi Buffon, se dirigió a Giorgio Napolitano (Nápoles, 1925) durante un discurso profundo. "El pueblo necesita una clase política cohesionada, educada y responsable". El jefe del Estado escuchó el mensaje, tomó la palabra y acató. "El capitán ha marcado", exclamó. Diecisiete meses más tarde, Italia se paralizó. La clase política a la que aludía el portero toscano había bloqueado el país. De las elecciones generales de febrero no salió un Gobierno. Ni siquiera un primer ministro. El resultado propició que los tres líderes más votados -Silvio Berlusconi, Pier Luigi Bersani y Beppe Grillo- hayan estado varias semanas sin ponerse de acuerdo. Hasta hoy, que Napolitano ha sido reelegido presidente de la República de Italia.

Al presidente de la República no le ha quedado otra que agarrar las riendas de una nación sin patrón. Napolitano, hombre de vasta experiencia, convocó a un comité de sabios para gobernar Italia hasta que se resolviera el entuerto. A sus 87 años, con su apetito político más que satisfecho, le ha tocado sin embargo rendir un último servicio. El 15 de mayo tenía pensado dejar el cargo después de siete años como 'Capo dello Stato', pero después de que los partidos políticos le rogasen que aceptase volver a presentarse Giorgio Napolitano, ha sido reelegido a sus 87 años presidente de la República italiana en la sexta votación en el Parlamento.

Hace nueve años, después de un lustro (1999-2004) como europarlamentario, Napolitano, hombre casero, regresó a Roma con la idea de salirse por el margen de la política para disfrutar de una merecida jubilación al lado de su esposa, la única mujer de su vida, Clio Biffoni, una abogado laboralista que abandonó la profesión el día que su marido fue investido nuevo presidente de la Cámara. Pero tras su retorno a la Ciudad Eterna fue nombrado senador vitalicio y, dos años después, presidente de la República.

Por eso este anciano sureño de mente lúcida y padre de dos hijos aspiraba a nombrar a su cuarto presidente del consejo de ministros (tras Romano Prodi, Silvio Berlusconi y Mario Monti) y descansar. Anhelaba el tiempo robado al calor del hogar para escribir, degustar la comida casera de la 'mamma' y escaparse al teatro, una de las escasas pasiones que airea desde sus años universitarios.

Atrás iban a quedar una maratoniana carrera política que arrancó, en sus bizarros años de juventud, cuando participó, con solo 17 años, en la resistencia antifascista durante la II Guerra Mundial. O cuando, con 20, se zambulló de pleno en el Partido Comunista, el mayor de Europa occidental. Sus implicaciones no le distrajeron y pudo salir licenciado en Derecho, con una tesis sobre economía política, de la Universidad Federico II de Nápoles, donde empezó a despuntar como líder, como demostró al ser nombrado delegado en el primer Congreso Nacional Universitario.

Los años le han dado sabiduría y templanza, y una nueva sorpresa del destino que se empeña en mantenerlo amarrado a la política. Muy atrás quedan ya los tiempos de fervor soviético. Napolitano, que procede de la corriente comunista de Gramschi y Togliatti, no alzó la voz cuando la URSS invadió Hungría en 1956 ni cuando los tanques fulminaron la Primavera de Praga en 1968. Pero evolucionó y más adelante acabó enfrentándose al mastodonde soviético en aras del europeísmo y la democracia.

La jirafa y el unicornio

Aquello no le generó simpatías. Pero cuando los camaradas del PCI le reprendían por sus ideas, Napolitano rescataba la metáfora de Togliatti, quien afirmaba que la jirafa es un animal extraño pero real, mientras que el unicornio es maravilloso pero inexistente. Por eso comenzaron a nombrarle como 'el camarada mejorista': él no pretendía cambiar el mundo, sino mejorarlo. La caída del Muro de Berlín y el colapso de la Unión Soviética le dieron la razón.

Esa evolución en sus ideas le permitió progresar en la política hasta convertirse, al fin, en el primer Jefe de Estado que había pertenecido anteriormente al Partido Comunista de Italia. Ahora que le queda poco más de un mes para jubilarse, va a continuar al pie del cañón. Aquella primera jubilación interrumpida en 2004 le permitió emular al viejo Sandro Pertini -otro presidente de la República recordado por los aficionados al fútbol más veteranos por sus saltos de alegría en el Bernabéu durante la final del Mundial de 1982- y asistir, en el estadio olímpico de Berlín, al triunfo de Italia en la final de la Copa del Mundo el 9 de julio de 2006. Esperemos que esta vez, el Mundial de Brasil del próximo año no lo gane Italia, sino La Roja.