Representantes de los tres ejércitos trasladan el féretro de la Dama de Hierro tras el funeral. :: MURRAY SANDERS / AFP
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Pompa 'tory' en el adiós a la Dama de Hierro

Un funeral ceremonial con presencia de la reina despide a la primera ministra británica más longeva, con protestas pero sin incidentes

LONDRES. Actualizado: Guardar
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Margaret Thatcher fue despedida ayer por los simpatizantes conservadores que se congregaron en las calles adyacentes a la catedral de St. Paul y a lo largo de un recorrido desde el Parlamento de Westminster en el que la pompa y ceremonia británica se desplegó en un día sombrío, con aplausos comedidos y constantes a su paso y algunas protestas leves que no causaron incidentes.

En el interior de la catedral, la familia, la reina Isabel II y su marido, el duque de Edimburgo, miembros del Gobierno y dignatarios de otros países, entre los que no había grandes figuras -Henry Kissinger el más destacado, Esperanza Aguirre y José Manuel García-Margallo, en representación española- formaban una congregación de 2.300 personas.

Miembros de regimientos que participaron en la Guerra de las Malvinas portaron el féretro en el interior de la iglesia. El ministro de Hacienda, George Osborne, no pudo reprimir las lágrimas durante la ceremonia. El palmito de todo acto público recayó en esta ocasión en Amanda Thatcher, nieta de la fallecida, que leyó un fragmento bíblico y encantó a los fotógrafos. Pero el protagonista fue el obispo de Londres, Richard Chartres. En su sermón, el obispo recordó la fuerte convicción cristiana de Thatcher, que se crió en una familia metodista, asistiendo dos veces cada domingo a los servicios religiosos, en los que habría aprendido a defender sus ideas con persistencia. Chartres sorprendió a los asistentes emparentando esa tradición con la que se encuentra también en el origen de los sindicatos.

En la tarde del martes, el ministro Michael Gove; el biógrafo de la Dama de Hierro, Charles Moore, que publicará su primer tomo la próxima semana, y el ex ministro laborista Peter Mandelson participaron en un debate sobre su legado y coincidieron en evaluar como un logro de su mandato el enfrentamiento con los sindicatos, que habían amargado la vida de los gobiernos durante dos décadas. Es un sentimiento ampliamente compartido en la sociedad.

Chartres recordó que los mártires de Tolpuddle, jornaleros que protestaron en la primera mitad del siglo XIX por la reducción de su paga y fueron transportados a Australia como castigo, no fueron inspirados por sindicalistas sino por predicadores laicos del metodismo. Aquel episodio culminó, tras fuertes protestas, con el perdón, la repatriación y la autorización para formar sociedades de trabajadores, embrión de los sindicatos.

La persona y la estadista

Ayer, el obispo recordó también, en un episodio menos inquietante para una audiencia fundamentalmente conservadora, un discurso frecuentemente mal interpretado de Margaret Thatcher, que, invitada por la asamblea general de la Iglesia de Escocia, afirmó que no existe «algo que sea la sociedad». Aquella cita formaba parte de un discurso en el que defendía la capacidad de esfuerzo y solidaridad de individuos y familias.

Chartres culminó su sermón con unos versos de un poeta conservador y estadounidense, afincado durante muchos años en Londres, T. S. Eliot, que en una de sus 'Cuatro Cuartetos', escribió: «Lo que llamamos el principio es a menudo el fin. Y llegar al final es llegar al comienzo. El fin es el lugar del que partimos». Su tono y contenido, centrado en la persona de la fallecida más que en la estadista, fue elogiado.

La reina Isabel II no había asistido al funeral de un primer ministro desde el que despidió a Winston Churchill en 1965. En las escalerillas de St. Paul ofreció sus condolencias a los hijos, Carol y Mark, y al resto de familiares. El primer ministro, el 'tory' David Cameron, convocó una sesión urgente del Parlamento, que aún no había vuelto de sus vacaciones, para presentar testimonios sobre la fallecida durante siete horas, cuando en tiempos de Thatcher se conmemoró la muerte de Harold Macmillan en 45 minutos, quince días después. Cameron podía retirarse con la certeza de una recreación conservadora en estos días. Pero, pasada la sobriedad del luto, el malestar por los honores de Estado y el gasto del funeral -aún no desvelado y que se calcula en unos 12 millones de euros- no se habrá difuminado.