«¡Quiero salir de aquí como sea!»
Alfonso de Borbón, el nombre más ilustre de los 91 españoles inscritos para la maratón, nunca llegó a correrla
ENVIADA ESPECIAL BOSTON Actualizado: GuardarLa suerte es algo difícil de evaluar en caliente. Ayer Rafa Vega corría hacia la meta de la maratón de Boston lamentándose de su mala suerte. “No había tenido un buen día, iba más lento de lo que esperaba. Llevaba casi cuatro horas corriendo y todavía me faltaban 600 metros para la meta, pero pensándolo bien, si hubiera llegado dos o tres minutos antes me hubiera cogido allí la explosión”.
Fue la policía la que le impidió continuar hasta la línea final, donde dos bombas acababan de desatar la muerte y el caos. Algunos hablan de cuerpos despedazados volando por los aires, pero Nuria Lama, su mujer, sentada en las gradas, justo en frente de donde estallaron las bombas, sólo recuerda una bola blanca de humo y una marea de gente intentado huir. “Todo el mundo corriendo, gritando, llorando... Yo no sabía para dónde correr. Pensaba que en cualquier momento iba a explotar otra. Todavía tengo el susto en el cuerpo”.
Tampoco Nuria era consciente hasta ese momento de cuánto le había sonreído la suerte. “Si no hubiera conseguido ese pase para las gradas hubiera estado esperando a Rafa en la meta, como siempre”.
Las dos horas que tardó en reencontrarse esta pareja de andaluces, sin saber si el otro estaba vivo, fueron la gran pesadilla de quienes se buscaban desorientados, entre el humo y el reguero de sangre. Como se acostumbra en los maratones, los cerca de 25.000 corredores habían dejado sus bolsas y objetos personales en la línea de salida, para recogerlos en la meta. Allí estaban sus carteras, los teléfonos móviles y todo lo que les habría servido para encontrarse, de no ser porque la policía bloqueó rápidamente las señales celulares por temor a que se utilizara un teléfono para detonar otros aparatos explosivos, como ocurriese en los atentados de Atocha.
Bajo las banderas ondeantes de 50 países se mezclaron los gritos de histeria en todos los idiomas, pero los españoles se encontraron a 200 metros de la meta, en el hotel Westin, donde se hospedaban muchos de ellos. Alfonso de Borbón, el nombre más ilustre de los 91 españoles inscritos para la maratón, nunca llegó a correrla. “Se ahorró ese mal rato”, comenta Rafa, “para nosotros se queda”.
Después de una ducha volvieron a recuperar sus objetos personales. La policía los repartía desde un camión, deseosa de eliminar paquetes sospechosos, entre los muchos que habían quedado regados por la escena del crimen. “Había sangre, ropa colgada por las vallas... No miré mucho. Le dije a Rafa: Coge tus cosas rápido y vamonos. Quiero salir de aquí como sea”.
Todavía, en el tren de vuelta a Nueva York, anoche mismo, la joven de 29 años saltaba de un respingo cada vez que oía cerrarse la puerta del baño. “Ha sido una experiencia que no olvidaré nunca. Nunca había vivido algo así tan de cerca, y espero no volver a hacerlo nunca”. La desgracia, sin embargo, persigue a estos turistas de maratones que ya intentaron correr el de Nueva York en noviembre pasado, días después de que el huracán Sandy azotara la Gran Manzana y obligase a su cancelación. “Ya no me siento segura en ninguna parte”, confiesa ella.