la última

Liberalismo sin cuotas

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Por derecho propio y sin necesidad de cuotas. A pesar de ello, no hubiese sido nunca integrante en un gobierno de ZP. Su condición de ‘Premier’ británico no se debió a la absurda condición del reparto del poder en cuotas por sexos. Fundamentalmente porque se piensa «de momento» con la cabeza y ésta está en lo más alto. Nada de medianías y situado en donde se produce el punto de inflexión. A esa altura, el poder de reflexión se diluye. Mujer y demócrata. Química y abogada. De fuertes convicciones morales. Socialmente conservadora y económicamente liberal. La pregunta que me hago a continuación ¿Por qué la odiaban y la siguen odiando tanto algunos y algunas? La respuesta es clara: no era obediente y transgredía con prisas y sin pausa el llamado pensamiento único. Femenina y feminista. Predecible en sus soluciones. Siempre aplicaba las mismas recetas. Sus convicciones no se modificaron porque cambiasen las circunstancias, ni sus interlocutores. En las antípodas del populismo, incluso en época electoral. Tenaz y cabezota. Escuchaba sin que ello le condicionara. Negociaba lo imprescindible, sobre la base del respeto absoluto a sus principios y valores. La predisposición y la coherencia hacia ellos, hacía que cualquier negociación terminaba cuando comenzaba.

Posibilitó verificar bien entrado el tercer cuarto del siglo anterior, cómo las ideas liberales pueden ser utilizadas, unas detrás de otras para conformar un proyecto de gobierno, que puesto en práctica sea capaz de modificar las cosas para bien. El principal enemigo de ello, el status quo imperante en ese momento. Y en ese momento, desde el final de la II Guerra Mundial, se llamaban políticas de corte socialdemócrata. A tal respecto decía que la socialdemocracia dejaría de existir cuando no quedase dinero de los demás para ser repartido. Ser generoso con el dinero y las cosas de los demás, ahora en Andalucía a las cosas hay que añadir las casas, es muy tentador. Por eso decía que en una sociedad libre, el poder tiene que estar bien distribuido entre los ciudadanos y nunca concentrado en manos del Estado. De ahí que exigiera de forma obsesiva la disminución del gasto público. De lo contrario dejaría en la inanición financiera a las familias y empresas. Era preciso pues, pasar de un Estado plenipotenciario agigantado e ineficaz, que alienaba al individuo a otro de pequeña dimensión, la justa para sostener las necesidades básicas, sobre todo la de los pequeños, que tengan garantizada la igualdad de oportunidades y la de los mayores, que al final de sus días puedan vivir dignamente. El tramo de los veinte a los setenta, a trabajar y cuanto más mejor.

Con seguridad, las decisiones que hubiese tomado en España desde 2007, eran las previsibles según su ideario. Hubiese dejado caer todas las entidades financieras quebradas. Las calificadas como sistémicas estaban a buen recaudo. Esos absurdos rescates justifican hoy la intencionalidad política de ruptura de un sistema hipotecario que era mejorable, pero eficaz y eficiente. Pero lo peor de todo esto, se ha puesto en duda la condición de inalienable del derecho de propiedad, como derecho fundamental que no puede ser legítimamente negado a una persona.