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Mil años más de almadrabas

Pese a las dificultades que atraviesa el sector pesquero, los almadraberos confían en el auge y la longevidad de la captura artesanal del atún rojo como oficio de futuro

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Cada primavera, desde hace incontables siglos, Barbate, Conil, Zahara y Tarifa son escenario de la pesca del atún en su forma más tradicional, la almadraba. Un oficio artesanal en el que pocos cambios se han producido con el paso del tiempo. Menos todavía en los 28 años que lleva funcionando la conileña Punta Atalaya. Al menos, así lo recuerda Andrés Pareja Muñoz, segundo capitán de la almadraba, quien asegura que la mayor diferencia que se ha podido apreciar en estas casi tres décadas de experiencia es que ya no pueden capturar la misma cantidad de pescado. «Años atrás hemos llegado a coger 6.300 atunes en una temporada, una cantidad que nada tiene que ver con los 1.000 que pudimos pescar el año pasado, cada uno de ellos con una media de 280 kilos», relata.

Además de esta limitación, que tiene que ver con las cuotas de pesca que establece el Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente para cumplir con el plan de recuperación de la especie, el segundo capitán de almadraba también aludió a la utilización de nueva maquinaria, que ha suprimido «algo de mano de obra».

Sin embargo, los trabajadores que comenzaron junto a la almadraba en 1983, como Pepe García, mantienen que la plantilla siempre se ha mantenido entorno a 60 o 65 hombres, con la característica de que casi al cincuenta por ciento hay jóvenes y mayores. Y la mayoría de los que van tomando el relevo del oficio lo hacen por tradición familiar. «El que viene aquí a trabajar no puede llegar sin saber nada, tiene que tener una base», comenta el almadrabero.

Oficio de generaciones

Aquellos que trabajan en la almadraba se sienten privilegiados porque consideran que pertenecen a un sector en alza, e incluso aseguran los más antiguos que allí podrán seguir trabajando sus hijos, como han venido haciendo hasta ahora, porque «si la empresa más antigua del mundo no tiene futuro, no lo tiene ningún otro sector ahora mismo». En este sentido, como el propio Pepe García explica, los almadraberos son conscientes de que el «esfuerzo» que les obligan a cumplir con las cuotas de pesca impuestas por el Ministerio es «para que se mantenga el sector». Y añade al respecto que con ella ya este año se ha logrado «igualar el nivel de ejemplares que había entre los años setenta y ochenta».

Es un oficio estable y con futuro, sin embargo temporal. Los empleados de la almadraba trabajan seis meses al año, cobrando unos 2.000 euros de media al mes con un contrato fijo-discontinuo por una jornada de siete horas y media. Según el convenio colectivo por el que se rigen sus condiciones laborales y que ellos mismos consideran «muy bueno», no deben hacer horas extraordinarias, porque en el sector no están consideradas de necesidad. Pero la realidad es que las mareas y las condiciones climatológicas en muchas ocasiones obligan a realizarlas, por eso esta modificación es una de las principales pegas que dicen poder poner al convenio.

Como cualquier otro trabajo que se basa en la temporalidad, la almadraba obliga a muchos de sus empleados, sobre todo a los que tienen familias que mantener, a trabajar durante los otros seis meses del año. La mayoría de ellos, como marineros que son, en la pesca. Aunque también otros se emplean temporalmente en la construcción, agricultura u hostelería para dar un impulso a su economía familiar y poder mantenerse hasta la próxima temporada.

En perjuiciodel sector

Mientras que los almadraberos confían en la prosperidad del sector, desde la Organización de Productores Pesqueros de Almadraba (OPP) resaltan el lado más amargo del asunto. Marta Crespo, la directora gerente de la entidad, por un lado pone de relevancia que las almadrabas «siguen a la espera de que se publique la Orden Ministerial que regula el atún rojo a cuyo borrador pusimos unas alegaciones muy contundentes», a escasos días del comienzo de la captura del atún. En concreto, explicó que las alegaciones piden un aumento de la cuota de pesca, que venía con una bajada del porcentaje en el borrador «y que debería haber subido porque en los datos de las almadrabas se constató la buena recuperación del recurso». «Donde antes el termómetro decía que había fiebre alta, ahora el mismo establece que hay abundancia excesiva de atunes».

Por otra parte, Marta Castro agregó que las almadrabas afrontan la campaña de 2013 «con pena» ya que el Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente ha suprimido el observatorio científico que los almadraberos llevan a cabo una vez han pescado el cien por cien de la cuota, lo que permite prorrogar la temporada de trabajo. «Este año, cuando termine la pesca, que puede durar unos días, volverán a tierra para la leva». Y, por otro lado, supone un perjuicio para la comunidad científica «puesto que faltarán datos reales y el plan de recuperación no tendrá en qué basarse». Lo que puede incluso afectar al «equilibrio ecológico» porque el atún es un depredador «y los boraceros de Tarifa ya han dado la voz de alarma porque no pueden sacar ni un solo boraz».

Y todo ello tiene repercusión en la economía de la empresa almadrabera, que con la bajada del porcentaje de cuotas obtienen menos ingresos y, por el contrario, deben de seguir pagando salarios y otros costes desde que empieza la faena de los almadraberos en el mes de febrero.

Tres fases de cincuenta días

Desde principios de febrero los empleados de la almadraba comienzan a preparar la temporada. Andrés Pareja Muñoz explica que los almadraberos plantean su trabajo en tres etapas, cada una de unos cincuenta días. La primera de ellas es el calamento, cuando se preparan en tierra los materiales y utensilios y los van trasladando a la mar en barcos para comenzar entre finales de abril y principios de mayo la pesca.

Esta segunda fase, para muchos de ellos, son unas «vacaciones» por el aprecio que le tienen, aunque tiene el inconveniente de depender de las mareas y puede que la faena se desarolle a cualquier hora del día. «Por eso siempre preferimos salir a primera hora de la mañana, en la mar se echan unas cuatro horas y a las doce ya está todo listo para poder disfrutar de lo que queda de día», comenta Antonio Manuel Ponce, tercer capitán de almadraba. Además de buscar el momento adecuado de la marea muerta, los marineros saben que el atún es «muy exigente» y solo pasa si se dan las condiciones para ello: sobre todo agua clara. Razón por la cual los almadraberos se consideran enemigos del poniente y amantes del levante.

Este año piden levante, quizás más que otros, porque los últimos temporales han arrastrado cantidad de sedimentos que pueden contribuir a que la mar se enturbie demasiado si el viento no es favorable y será más difícil hacer una buena pesca. En cuanto a las previsiones de tiempo, también esperan que les acompañe a favor en su faena.

Una vez concluida la pesca del atún, llega lo peor para los almadraberos, otros cincuenta días de leva, en los que se encargan de realizar a la inversa la primera fase: hay que limpiar, recoger y clasificar todo el material utilizado meses atrás. «Se hace lo más pesado porque sabemos que es el final y además siempre coincide a principios de agosto, cuando está el resto de la gente de vacaciones», añade el tercero de la almadraba.

Acaba su función cuando queda todo bien guardado. En el almacén, toneladas de enseres, utensilios y materiales esperarán el paso del tiempo hasta el próximo febrero; junto a ellos, los almadraberos, trabajadores de vocación y tradición, también lo echarán de menos los próximos seis meses.