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Puerta grande para Dolores Aguirre

El mundo de los toros pierde a la ganadera vizcaína que buscaba «autenticidad» en sus animales y sentía debilidad por los Ordóñez

ISABEL URRUTIA
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Dolores Aguirre Ybarra ('Doña Dolores' en el mundo taurino) falleció ayer, a los 78 años, en su finca de la localidad Constantina, a 60 kilómetros de Sevilla. Allí, en pleno arranque de Sierra Morena, residía esta vizcaína distinguida y enérgica parte del año, sobre todo el invierno, porque los veranos los pasaba en la casa-torre de Berango, su localidad natal. No paraba quieta. Lo mismo se perdía en los pasillos del Louvre -le apasionaba la pintura- que medía las hechuras de los sementales de su ganadería de reses bravas, 'Dehesa de Frías'.

Viuda de Federico Lipperheide, vicepresidente del Banco de Vizcaya y de la Cámara de Comercio de Bilbao, no dudó en embarcarse en la aventura de la cría por consejo de su buen amigo Antonio Ordóñez. Fue entonces, allá por 1977, cuando compró la ganadería de Atanasio Fernández a María Teresa Osborne y, al poco tiempo, adquirió un par de sementales del Conde de la Corte. Se movía como pez en el agua en un mundillo donde los hombres ordenan y mandan. Exactamente igual que esta vasca de ley, que nunca se achantaba.

Le gustaban los astados de mucha cara y pitones descomunales, «porque sencillamente no lo puedo evitar, yo estoy acostumbrada a los toros bilbaínos», solía confesar con una sonrisa. Tenía criterio y fuerza de voluntad, ni siquiera la crisis económica le hizo perder el norte. Se negaba a apostar por animales 'comerciales' (más blanditos y fáciles) porque ella quería «autenticidad». Decía que no quería teatro de cartón piedra sino verdad, algo que en su opinión nunca faltaba entre los diestros que están empezando. «Los más jóvenes se dejan la piel porque quieren llegar a lo más alto», explicaba con esa fuerza en la voz que ponía cada vez que hablaba con admiración de alguien. Era de esas personas que sienten pudor al hablar de sus méritos pero que se embalan cuando se trata de reconocer las virtudes de los demás.

Pasión y respeto

Era una incondicional del purismo de José Tomás -«se pone donde no se pone nadie...»- y del poder del Juli -«lo vi con diez años y parecía un botón toreando»-, pero reconocía que el arte de Cayetano, nieto de Antonio Ordóñez, la volvía «del revés». Sentía debilidad por el clan del diestro malagueño y jamás lo ocultó, pesara a quien pesara.

Aguirre era fiel a sus afectos, le daban alergía los dobleces y las mentiras. Casada a los 21 años, tenía una hija, Isabel, y su mayor empeño fue inculcarle el respeto a «las personas sanas y de verdad». Nació con un don de gentes que le venía de familia y su allegados saben muy bien que le hacía «especialmente feliz» abrir los jardines de su casa-torre de Berango. A estas alturas, serán legión los vecinos que han posado ante un fotógrafo, recién casados o de Primera Comunión. Mujer de mundo y políglota -hablaba inglés, francés y alemán-, inspiraba respeto cada vez que ocupaba su lugar de honor en las mejores plazas, ya fuera en España, Francia o México. Esta tarde, su ausencia en La Maestranza, donde lidiará José María Manzanares, se hará notar en el corazón de todos los aficionados. Doña Dolores dejaba huella.