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La muerte de nuestro drago ha venido acompañada de otras muertes, «casualidades como la vida misma» que dirían las abuelas. En la misma semana en que partían una cruel ortodoxa como Thatcher, y un humanista heterodoxo e irrepetible como José Luis Sampedro, se confirmaba la defunción de un árbol, que para muchos era algo más que un árbol. Reconozco que el anuncio oficial vino a darme de bruces con la realidad, fue como si los peores augurios se cumplieran, y aunque tenía asumido que a duras penas podía replantarse, he de reconocer que albergaba la esperanza de que fuera posible 'hacer un chapú' y echarle un remiendo. A mi desconocimiento de botánica se unía la esperanza furibunda de que no desapareciera un símbolo de ese Cádiz, al que algunos nos aferramos desde la realidad del día a día. Ese Cádiz que parece a veces tan lejano, que resulta casi irreal. Hace años fue la tala de preciosas araucarias en la plaza de Mina, hace algunos también la pérdida de los centenarios dragos de la Facultad de Medicina y de Las Puertas de Tierra. Quizá simplemente sea que tengamos 'malange' para las plantas, y lo mejor sea quedarse ahí para no ir más allá con símbolos e interpretaciones. Posiblemente, y como dice una amiga, si conseguimos librarnos de todas esas imágenes que nos atan a tiempos distintos pretéritos, seamos conscientes de nuestra realidad y sólo así podamos abandonar esta decadencia que nos lastra. Quizá la opinión de mi amiga sea una buena apreciación, y la medida precisa para reflotar esta maltrecha nave. Pero qué hacer entonces con las declaraciones de los exdelphis sobre la falta de interés y acción de la Junta de Andalucía por atraer inversiones y empresas. En fin, tengo mis dudas y quizá lo que sí deberíamos enterrar de una vez por todas, es el verdadero mal que nos afecta: esperar siempre a que otros, y más allá de las lógicas responsabilidades políticas, asuman la acción sobre cuanto nos acontece. Confío en que no seamos pocos los que nos atreveríamos a esperar, sólo, los contratos de Navantia que vendrán de Qatar gracias a la gestión del monarca.