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Orgullo caló

MARÍA ALMAGRO
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Aunque en la mayoría de los calendarios no está marcado en rojo, hoy, 8 de abril, es el Día Internacional del Pueblo Gitano. Y, a diferencia de otros de esos aniversarios, en esta ocasión, este día sí tiene mucho que enseñarnos. Hoy, gitanos y gitanas se acercarán a la ribera de los ríos a arrojar pétalos de flores que atravesarán fronteras para simbolizar su libertad. Porque, aunque nos cueste a veces darnos cuenta, no son tan libres como pensamos. No. Siguen siendo esclavos de estereotipos machacones y televisivos que no les dejan despojarse de una vez del yugo de la inferioridad, la pobreza, el machismo, de una clase eternamente marginada. A ella pertenecen 14 millones de personas.

«A quien quiera escucharnos debemos decirle cómo somos en realidad», afirman en la Unión Romaní. Para ellos, su pueblo no tiene nada que ver con la imagen pervertida que se ofrece de ellos. Cierto es que sus costumbres son distintas a las de los payos. Eso es más que obvio. Pero su forma de ver la vida también lo es. La cultura de cada pueblo es la que es, aunque ésta sea muy discutible. Naces en una forma de vida y no por ello eres peor o mejor. Más de medio millón de gitanos murieron durante la II Guerra Mundial. Miles de ellos siguen siendo expulsados de países democráticos como Hungría, Francia o Italia. En ambos casos, la razón para echarlos o matarlos fue la misma: son gitanos. Pues bien, en Cádiz nos podemos sentir orgullosos de tener una de las colonias gitanas con más historia de España. Pero, ¿le damos su sitio?, ¿Se lo dan ellos mismos? «A quien quiera escucharnos le diremos cómo somos». A quien quiera, repito. Porque es ver un gitano y ya pensamos en todo menos en escuchar. Y, cuando por cuestiones que no vienen al caso, los escuchas, los conoces y los tratas, aprendes mucho más de los que a lo mejor esperabas. Entre otras cosas, que es muy difícil ganarse la vida cuando nadie te da trabajo por ser más moreno de piel o hablar de otro modo. O que así nunca saldrás de esa chabola o de esa casa donde vives hacinado porque jamás dejarías a tu hermano, primo o cuñado en la calle. También aprendes que no todo es el cante y el baile, que puedes tener muchas ganas de aprender a escribir o leer para sacarte un graduado que tus padres no te pudieron permitir. O que el marisqueo furtivo o el mercadillo sin domingos es la única opción que te queda si quieres que tus hijos coman al menos una vez al día. Sólo hay que escuchar. Solamente.