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«Somos hermanos»

Bergoglio invitó a Ratzinger a rezar juntos en el mismo banco prescindiendo de jerarquías, aunque al primero se le vio envarado Francisco y Benedicto XVI hacen historia en dos mil años de cristianismo al ser los primeros papas en encontrarse en una entrevista inédita y amistosa

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Quizá pase a la historia como el abrazo de Castelgandolfo. Dos hombres de blanco se abrazaron ayer a las 12.15 en el helipuerto de la residencia papal, un lugar no muy solemne, en realidad una pista de cemento en una colina de pinos, y en ese momento hicieron historia. No está documentado que nunca antes, jamás en dos mil años de historia del cristianismo, dos papas se hayan encontrado y mucho menos de forma amigable, pues las circunstancias que rodearon a los pocos pontífices que han renunciado no fueron agradables. El abrazo de ayer entre Francisco y Benedicto XVI, Jorge Mario Bergoglio, argentino, de 76 años y Joseph Ratzinger, alemán, que cumple 86 años el mes que viene, quedará para el futuro como referente de normalidad, de una transición civilizada y pauta a seguir si otros pontífices deciden seguir sus pasos. Bergoglio, de hecho, puede ser el primero que se lo plantee, aunque tendrá una responsabilidad casi más grave si también dimite: hacer definitivamente normal lo que ahora es una excepción.

Si alguno de los cuatro papas que renunciaron antes que Benedicto XVI encontró a su sucesor desde luego fue de forma poco confesable. Por ejemplo, al venderle el puesto al siguiente en el caso del golfo de Benedicto IX, en el siglo XI, o el pobre Celestino V al ser encarcelado por Bonifacio VIII, que no se fiaba de que viviera retirado en un convento, en el siglo XIII. Otro, Gregorio VI, el que compró el trono a Benedicto IX, abdicó cuando le pillaron y fue desterrado a Alemania. Y el último, Gregorio XII, abandonó de forma digna en 1415 para dar salida a un momento de lío monumental con tres papas simultáneos. Se retiró y murió al cabo de un año. Pero todo esto es muy remoto, nada que ver con la dimisión de Benedicto XVI, un acontecimiento plenamente contemporáneo, porque es un Papa que se va por edad y cansancio ante la titánica tarea de gobernar en solitario una Iglesia globalizada. Ayer parecía un general retirado, casi derrotado, que pasa el mando y los planos de batalla a un nuevo oficial prometedor para que siga la guerra por él.

Seguramente a Francisco le será muy útil este encuentro con Benedicto XVI, un privilegio excepcional para quien normalmente aterriza desorientado en el laberinto de la Curia. Ningún consejo será vano porque le esperan grandes retos, como reformar el gobierno de la institución y modernizar la Curia, haciendo limpieza de tramas internas tras el escándalo 'Vatileaks'. Bergoglio tiene desde la semana pasada el famoso informe secreto encargado por Ratzinger para aclarar el caso y podrá haberle hecho preguntas. Es plausible que hablaran de todo ello, pero lo poco que se sabe del encuentro es lo que facilitó el Vaticano más tarde: una breve nota y 2.41 minutos de imágenes, que dicen mucho más. Había gente en la plaza de Castelgandolfo esperando por si se asomaban al balcón, pero era improbable. Fue una jornada histórica para recordar, pero oculta.

Alivio y alegría

Francisco llegó en helicóptero, en el mismo aparato y haciendo idéntico trayecto que Ratzinger cuando abandonó el Vaticano el pasado 28 de febrero. Cuando bajó a tierra su predecesor ya le esperaba, acompañado de su secretario personal, Georg Gänswein. Bergoglio estaba más descolocado, sin saber bien cómo comportarse, repentinamente abrumado como Papa en su función, una sensación inédita, por estar ante quien lo era antes. A nadie en su lugar le había ocurrido verse en esa papeleta: todos los pontífices, una vez elegidos, adquirían una presencia omnisciente, pero a él le toca sentirse casi inexperto en el cargo al lado de quien ha estado casi ocho años. Es otro sutil efecto del gesto desacralizador de Ratzinger, que humaniza la tarea y el rol del pontífice. Bergoglio bajaba la mirada y no quería aparecer por encima de su anfitrión, para desterrar cualquier impresión de autoridad. Hasta ayer siempre había sido él quien se comportaba con desenvoltura ante los demás para no amedrentarles, pero en el helipuerto fue Ratzinger quien tuvo que asumir ese papel.

Ninguno de los dos sabía bien qué decir, sin soltarse las manos. Se dieron los buenos días y las gracias mutuamente. En el coche se rompería el hielo. Los dos se sentaron atrás, con Francisco en el lugar oficial, a la derecha, y Benedicto XVI a la izquierda. En realidad no se conocen mucho, aunque ya habían hablado dos veces por teléfono estos días. Pero la última vez que se habían visto más de cerca y más tiempo fue en el cónclave de 2005, 24 horas encerrados entre la Capilla Sixtina y la residencia de Santa Marta, donde fueron rivales directos en el escrutinio y, según varias fuentes, Bergoglio pidió no ser elegido. Fueron dos antagonistas, una falsa imagen que no responde a la realidad, aunque las comparaciones inevitables de estos días hayan agudizado las diferencias de estilo entre ambos. No parece que a Francisco esta situación le haya condicionado y le haya restado libertad. Más bien cabe preguntarse qué habrá pensado Ratzinger siguiéndole día a día por la tele desde su retiro. Pero Bergoglio le ha recordado con gran respeto en varias ocasiones y el pontífice emérito solo puede haber vivido con alivio y alegría el fulgurante subidón de popularidad y protagonismo del Papa. Confirman que tuvo razón al irse.

Salto eclesial

Ayer los dos iban vestidos de blanco, esa fue la primera sorpresa. Benedicto XVI llevaba en realidad una simple sotana de ese color, sin faja ni esclavina, pero solo se vio la diferencia cuando se quitó el anorak, dentro del palacio. En un primer momento parecía que no había cambiado nada, porque también llevaba el solideo. Pero estaba muy claro quién era el Papa vigente y quién el emérito: a Ratzinger, después de 23 días escondido del mundo, como él pidió, se le vio muy mayor, con bastón y movimientos vacilantes. Bergoglio parecía de visita a un anciano familiar jubilado. Era inevitable pensar en el salto que ha dado la Iglesia en cuestión de días y ahora resulta aún más incomprensible lo que hasta hoy ha sido tradición, creer que un pontífice tan mayor puede gobernar la Iglesia cuando es evidente que otros lo hacen por él. La cita de ayer también sirvió por esto para dar más razón aun a Ratzinger.

La escena más significativa que transmitieron ayer las imágenes y contiene la esencia del momento se desarrolla en la capilla de la residencia de Castelgandolfo, donde entraron a rezar brevemente antes de reunirse. Fue lo primero que hicieron al llegar y era la primera ocasión en que debía hacerse patente una jerarquía. Al Papa le corresponde el reclinatorio de honor y a su lado se detuvo Bergoglio, que entró en primer lugar. Sin embargo cuando vio a Ratzinger dirigirse a uno de los bancos de atrás se adelantó para acompañarle, aunque este hacía gestos de insistencia de que volviera a donde estaba. Fue una amable discusión de cortesía que Francisco zanjó con la frase que quedará enmarcada para la posteridad junto a la foto del abrazo: «Somos hermanos». Y se sentaron juntos a rezar en el mismo banco. Fue la imagen del relevo dentro de la unión en la Iglesia, sin traumas y sin muerte.

Luego, en una pequeña biblioteca, el Papa regaló a su antecesor una imagen de la Virgen de la Humildad. «Me permita que le diga una cosa: he pensado en usted», dijo Bergoglio. Ratzinger le dio las gracias con voz conmovida. Después se sentaron a conversar, una charla privada que duró 45 minutos y de la que nada se sabe. Solo que encima de la mesita había una gran caja de documentos y un sobre cerrado, en principio para Francisco, de los que también se ignora todo. Luego comieron con los dos secretarios personales de Benedicto XVI, George Gänswein y Alfred Xuereb, que en realidad comparten y son en cierto modo cómplices de esta extraña transición. Después se despidieron de nuevo en el helipuerto. En total, este episodio histórico duró dos horas y media. En mayo Ratzinger se instalará en su nueva casa en los jardines del Vaticano. Pero ayer los dos papas se quitaron de encima el trámite y la expectación de verse. Pasada la Semana Santa, Francisco entrará por fin de lleno en su pontificado.