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análisis

La caída del Gobierno del Líbano

Aunque técnicamente nada tenga que ver, el trágico conflicto sirio marca el reloj político en Líbano y no es imposible que termine desbordándose sobre el país

ENRIQUE VÁZQUEZ
MADRIDActualizado:

Tal y como estaba previsto, aunque algunos esperaron en la tarde de ayer un milagro, el primer ministro libanés, Nayib Mitaki, presentó esta mañana su irrevocable dimisión al presidente, general Michel Sleiman, quien pidió, según los usos, que el gabinete siga ocupándose de los asuntos corrientes mientras se reordena la situación.

Tal reordenación parece muy difícil, con un calendario político complicado – debe haber elecciones legislativas en junio – el conflicto causado por la imposibilidad de nombrar un nuevo jefe de los servicios de seguridad interiores tras la dimisión obligada por la edad del general Achraf Rifi, y con la evolución incierta de la sangrienta guerra que asola a Siria.

De hecho, aunque técnicamente nada tenga que ver, el trágico conflicto sirio marca el reloj político en Líbano y no es imposible que termine desbordándose sobre el país, dividido tradicionalmente entre pro-sirios y anti-sirios.

Pero el asunto Rifi es también muy grave y, de hecho, es una de las razones invocadas por Mitaki para su renuncia. Al cumplir los sesenta, el general debería ser sustituido y vista la falta de acuerdo sobre un sustituto, Mikati propuso prorrogar por decreto su mandato, pero el Hizbollah, el gran partido shií que controla la mayoría parlamentaria, se negó.

Los límites de Mitaki

También ayudó la ausencia de un acuerdo sobre la creación de la obligada comisión electoral de control de las elecciones, sobre un fondo de inquietante debate sobre el cambio de la vigente electoral y la eventual vuelta a la de 1960, expresión de hecho el debate eterno sobre la condición de la democracia comunitaria que es el Líbano.

Mitaki, visiblemente superado por la acumulación de problemas y sin genuina fuerza política propia (él es el líder de un minipartido con solo dos diputados) hizo lo único que podía: dimitir. Su gabinete, una coalición que él, un multimillonario percibido como independiente y moderado de tono centrista, no le aceptó su propuesta de prorrogar al general Rifi ni sus criterios sobre la comisión electoral y no le dejó más salida que la renuncia.

Algunos medios han preferido, sin embargo, ver en la guerra en Siria y sus implicaciones la explicación de fondo de la dimisión y mencionan pretendidas instrucciones de la embajada saudí para explicar lo sucedido. Los saudíes, es sabido, están en la vanguardia del apoyo a la rebelión siria y fueron los grandes protectores del antiguo primer ministro Rafic Hariri, asesinado en 2005, devoto y sincero amigo de la familia real saudí, a la que debía su fortuna y su exitosa entrada en política como líder de la comunidad sunní.

La división social de fondo

El jefe del Estado, el general Sleiman, un cristiano (como prevé la “Carta Nacional” de 1943, que da a los sunníes la jefatura del gobierno y a los shiíes la del parlamento) es un moderado al que se reconoce por todos haber desempeñado muy bien su difícil papel. El habría preferido la prórroga en el servicio activo del general Rifi y llegar a la elección de junio, ahora en el aire, porque se extiende rápidamente, y eso en casi todos los partidos, la impresión de que solo con un desenlace definitivo en Siria una nueva legislativa será útil y tendrá un sentido.

La división política y social del país, bien conocida y tratada a fondo como el resultado de una descolonización desastrosa hija de un diseño exterior que se basó en la amputación de la Siria histórica, llevó a una violencia crónica que incluso ha creado un neologismo, libanización, como sinónimo de sangriento desorden y falta de acuerdo.

Es verdad que los “Acuerdos de Taif”, con mediación saudí, permitieron en 1989 cancelar la guerra civil y que el “Acuerdo de Doha”, con mediación qatarí, creó en 2005 las condiciones para normalizar la vida parlamentaria y permitió inaugurar un ciclo de calma y vuelta del progreso material. Todo eso es lo que está de nuevo ahora en juego, no una mera discrepancia sobre nombres, cargos o calendario electoral. Siria es el trágico fondo de la nueva encrucijada y, de hecho, en la gran ciudad del norte, Trípoli, ya son activos los dos bloques, pro y anti-sirio, armados hasta los dientes y que se combaten casi a diario.