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«¡Queridos hermanos, 'forza'!»

Francisco llama a los cardenales a no dejarse vencer por el «pesimismo» en una audiencia dominada de nuevo por la familiaridad

I. DOMÍNGUEZ
ROMA.Actualizado:

La primera audiencia de Francisco a todos los cardenales fue como una reunión familiar, con el clima de reencuentro de una boda, despojada de toda sensación institucional. En la fila para saludarle cada uno entabló diálogos con el que casi siempre se saldaban con risotadas. Los gestos coloquiales de Bergoglio ante los comentarios de los cardenales parecían ser los habituales de 'déjame el teléfono y lo hablamos sin falta' o 'llámame cuando tenga menos lío y nos vemos', más propios de un amigo recién ascendido que de un monarca inaccesible. En 2005, con Ratzinger, el ambiente era más reverencial.

También era fraterno, pero se veía una distancia y casi se limitaba a escuchar. Ayer Bergoglio parecía uno más y le trataban de igual a igual, llevaba la iniciativa y hacía confidencias. El Papa mantuvo charlas largas y afectuosas con O'Malley, el franciscano estadounidense identificado como papable, y también, por ejemplo, con los españoles Martínez Somalo y Cañizares. Aunque es difícil destacar alguna, lo fueron casi todas. Con quien pesaba una circunstancia especial, como los papables Scola o Ouellet, o el brasileño Aviz, distinguido por sus ataques a la Curia, Bergoglio se volvió serio, pero como deferencia.

Cinco cardenales, cuatro de ellos africanos, le llevaron cosas para bendecir, e incluso uno le regaló una pulsera amarilla que se colocó allí mismo. Su discurso fue simple y paternal, dando ánimos a todos para llevar el Evangelio «a los confines de la tierra»: «No cedamos nunca al pesimismo, a esa amargura que el diablo nos ofrece cada día». En dos días ya ha citado dos veces con toda normalidad al demonio, como un cura de pueblo. Hubo un momento gracioso cuando dijo, para espolear a los cardenales: «¡Queridos hermanos, 'forza'!», que es como 'venga' en italiano coloquial, y les explicó que aunque muchos eran de edad avanzada «la vejez es la sede de la sabiduría de la vida». Por la tarde fue por sorpresa a visitar al anciano cardenal argentino Mejía, ingresado en un hospital.

Esta informalidad, aparentemente trivial, quizá tenga un fin muy serio. Francisco, que ha hablado de él como obispo de Roma, sigue sin llamarse a sí mismo Papa. Se dirigió a los purpurados como «queridos hermanos cardenales», y no «señores cardenales», como hacía Benedicto XVI. «Esta comunidad, esta amistad, esta cercanía, nos hará bien a todos», les animó. La idea de fondo puede ser un concepto clave del Concilio Vaticano II, celebrado en los sesenta y que puso al día a la Iglesia: que el Papa no es una autoridad absoluta, sino que gobierna con los obispos. Es un reto pendiente desde hace medio siglo y quizá ha llegado el momento de abordarlo. Capovilla, el secretario de Juan XXIII, que convocó el Concilio en 1959, ha dicho sin rodeos: «Es igual al 'Papa Giovanni', hay una impresionante afinidad». Ya han empezado las comparaciones con el 'Papa bueno', el más revolucionario del último siglo.