EL PRIMER PAPA DE AMÉRICA LATINA
Actualizado:Se barajaba su nombre, pero no estaba entre los más favoritos. Sorpresa relativa, porque la elección se presentaba especialmente abierta y esto podía dar pie a un cónclave largo. Por eso más sorprendente y significativo me ha parecido la rapidez de la elección. Las congregaciones generales previas al cónclave han sido eficaces para que los cardenales se conociesen e hiciesen un diagnóstico sobre la situación de la Iglesia y las características que debía reunir el nuevo Papa. El actual colegio cardenalicio es sumamente homogéneo desde el punto de vista teológico. No han estado en juego alternativas ideológicas ni se puede hablar de un sector conservador y otro especialmente avanzado.
En una primera reflexión de emergencia se puede decir que la elección de Bergoglio como Papa supone varias cosas cargadas de sentido. Por primera vez el Papa procede de America Latina, el continente donde vive la mayoría de los católicos. Cabe suponer que el acentuado eurocentrismo de Ratzinger quede compensado por una preocupación por el futuro de la fe y de la iglesia en el subcontinente Latinoamericano. Y es que el futuro sociológico de la Iglesia Católica se juega en esas tierras. El nuevo Papa, en sus primeras palabras ha afirmado que «para obispo de Roma han ido a buscarlo al extremo del mundo». Puede no ser en absoluto casual que se haya elegido a un hombre lejano a la curia romana, no enredado en sus intrigas y muy lejano a su estilo, precisamente para que pueda mantenerse libre frente a ella y realizar las reformas que urgentemente necesita.
No se ha elegido a uno de los «papabiles» mas cotizados que eran de cuño filosófico-teológico ratzingeriano (Scola Schoborn, Ouellet). Esto no supone ninguna valoración ideológica del elegido, pero si un cierto giro en las preocupaciones doctrinales y pastorales. Además es el primer Papa jesuita de la historia. Esto me parece notabilísimo. Primero, porque el ser jesuita marca indeleblemente a la persona por su formación (del intelecto y de la voluntad) y su estilo de espiritualidad. Segundo, porque cabe esperar que un Papa jesuita no simpatice tanto y no sea tan fácilmente manejable por los grupos ultraconservadores que recibieron todo el apoyo de Juan Pablo II. La misma personalidad de Wojtyla y Bergoglio son profundamente diferentes. Uno mediático, extrovertido, populista; el otro comedido y escueto. El día de su elección Wojtyla apareció en el balcón de San Pedro, se agarró a la barandilla y dirigió unas encendidas palabras; Bergoglio estuvo de pie sin moverse un buen rato y, al final, dirigió una sencillas palabras y, sobre todo, hizo una oración. La iglesia tiene una pluralidad de teologías, de movimientos y de espiritualidades que pueden encontrar ahora un mayor reconocimiento. Es positivo que el estilo de los papas sea diferente y ahora conviene, en mi opinión, que se rebaje el peligro del culto a la personalidad y aumente la comprensión de lo que significa teológicamente el Papa dentro de un estructura de comunión fraterna, según el ideal de Jesús.
Ni las discusiones teológicas ni las grandes opciones pastorales han sido las preocupaciones principales de los cardenales estos días. No esta en discusión la herencia de Benedicto XVI. Pero pienso que su renuncia ha puesto sobre la mesa unos problemas absolutamente impostergables: la reforma de la curia vaticana, limpiar la imagen de la iglesia, hacer mas transparente y participativa su vida. El Vatileaks, los escándalos sexuales, la oscuridad intolerable del Banco Vaticano, han supuesto un mazazo al prestigio de la Iglesia a los ojos del mundo; entre los católicos la corriente de opinión que exige transformaciones profundas es imparable. El Papa no tiene más remedio que abordar de frente y con energía estos problemas. Bergoglio tiene esta tarea prioritaria y probablemente ha sido elegido porque se le considera la persona adecuada para ella.
Me han parecido significativos un par de detalles. El primero, la elección del nombre de Francisco, que inevitablemente nos hace pensar en Francisco de Asís, en su espíritu evangélico, en su sencillez y pobreza. Es lo que necesita a gritos la Iglesia. La combinación del espíritu ignaciano -racional, preocupado por la eficacia, elitista- y el espíritu franciscano -sencillo y popular- puede ser ideal para un Papa que no puede ser ingenuo, dado lo que se va a encontrar pero que tiene que ser mucho mas que un hábil diplomático. Francisco tendrá que hacer suyas las palabras de Jesús: «Sencillos como palomas (Francisco) y astutos como serpientes (Ignacio)». El otro detalle es que en su primera intervención repitió varias veces que es obispo de Roma. Buen indicio porque el Papa no es un superobispo, sino el obispo que ocupa la sede de Pedro y se convierte en principio de comunión entre las iglesias, pero sin sofocar su personalidad. Es decir la reforma de la curia es inseparable de llevar a la práctica la colegialidad episcopal y, consecuentemente también la creación de estructuras de participación de todos los fieles. Son dos grandes retos que planteó el Concilio y que están pendientes.
Por eso puede abrirse ahora una nueva etapa en la recepción del Vaticano II. Sin la excusa de supuestos experimentos extravagantes ni de desviaciones peligrosas, lo que urge es afrontar en serio la tarea de hacer una iglesia más participativa, sin la asfixia de una burocracia con graves corrupciones, y dialogante con la cultura. Quiero pensar que los electores han visto que por su sencillez, su experiencia y su «background» eclesial, Bergoglio puede ser quien dirija la nave de la iglesia en esta difícil singladura.
Pero no podemos olvidar que todo lo dicho no es mas que un presupuesto, eso si imprescindible. Porque la gran tarea es «dar el salto hacia delante» que pedía a la iglesia Juan XXIII en su famoso discurso del dia de la inauguración del Concilio Vaticano II. El salto de abrirse al mundo de los pobres, de anunciar la liberacion y el amor de Dios, de reformular la fe en un lenguaje culturalmente significativo, de infundir esperanza, de introducir la lógica del don para revertir una historia dirigida por el dinero y por la fuerza. Jesús de Nazaret y su mensaje se merecen una iglesia infinitamente mejor. El Papa Francisco I no es que cuente con un margen de confianza; es que cuenta con millones de católicos, que sufre por su Iglesia, por sus miedos y mezquindades y que están dispuestos a embarcarse (la barca es la gran imagen de la Iglesia en los evangelios) para dar sin miedo «el salto hacia adelante».