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En su etapa de cardenal de Buenos Aires, Bergoglio lava los pies a una feligresa durante la celebración del Jueves Santo. :: REUTERS
Sociedad

El Papa que aceptó el tango de 'Volver'

Austero, de carácter fuerte, poco dado a delegar y conservador, Bergoglio es aficionado al fútbol y la música y se ha enfrentado a los Kirchner

CÉSAR COCA
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Durante años, cada jornada festiva a primera hora de la mañana y en los períodos vacacionales, la música clásica y el tango se han adueñado del espacio de la sede arzobispal en Buenos Aires. Era el fondo sonoro que el cardenal Jorge Mario Bergoglio ponía a su descanso, al tiempo de lectura o de tranquilo observar el paso de la vida por la Plaza de Mayo desde la ventana de su despacho. Como en el tango, Bergoglio huyó en 2005 dejando vía libre al cardenal Ratzinger para convertirse en Benedicto XVI, y ahora ha vuelto. Ha tardado ocho años en detener su andar.

Anoche, adivinando el parpadeo de las luces de la plaza de san Pedro, antes de salir ya convertido en Francisco I, seguro que pronunció muchas veces en su interior la frase que según sus allegados es casi su lema: «Rezá por mí».

El nuevo Papa nació el 17 de diciembre de 1936 en el barrio bonaerense de Las Flores, en el seno de una familia de clase trabajadora -su padre era ferroviario- de origen italiano. Estudió para técnico químico en una escuela profesional y más tarde cursó Humanidades en Chile. Impartió clase de Teología, ingresó en los jesuitas y durante su preparación para el sacerdocio hizo una estancia académica en la Universidad de Alcalá de Henares.

Su ascenso fue rápido: en 1973 ya era provincial de la orden y en ese cargo vivió uno de los episodios oscuros de su biografía. La Policía detuvo a dos jesuitas y Bergoglio tuvo que acudir al despacho de Videla. La biografía oficial asegura que en aquella ocasión, como más adelante con otros sacerdotes y civiles, hizo cuanto estuvo su mano por lograr la libertad de los detenidos. Un periodista argentino sostiene en cambio, con documentos que el episcopado local asegura que son falsos, que no fue así, que el nuevo Papa mantuvo no pocas veces una actitud de connivencia con el general. Es seguro que el fantasma de esos años, como en el tango, volverá a hacer su aparición en el futuro.

Fue nombrado arzobispo de Buenos Aires en 1998. Entonces, recordó la máxima que su padre grabó en su carácter: «Siempre me decía que cuando fuera subiendo saludara a todos, porque serán los mismos que me encuentre al bajar». Y así ha sido. Cuantos lo conocen hablan de un obispo simpático, rápido de reflejos en el diálogo, incluso bromista a veces. Un prelado de agenda apretada -lo anota todo en una pequeña libreta y no usa ordenador-, que siempre ha devuelto las llamadas telefónicas y a quien gustaba pasear por las calles de su ciudad, tomar el metro, visitar las barriadas y presentarse por sorpresa en comedores populares y pequeñas parroquias.

Algo no muy diferente de lo que hacía en sus obligados viajes a Roma: no era extraño verlo tomando un 'ristretto', de pie en la barra de una cafetería, en mitad del habitual bullicio de la capital italiana, lejos de los discretos y lujosos locales que frecuentan otros purpurados. La proximidad al pueblo no queda ahí: es aficionado a los tangos y el fútbol, hincha del San Lorenzo de Almagro y admirador confeso de Leo Messi, y su vida cotidiana, más allá de su actividad pastoral, es sencilla. Siempre se ha mostrado austero y cercano a los desheredados y ha predicado en su favor: cuando fue nombrado cardenal, ordenó arreglar la vestimenta de su antecesor en vez de adquirir una nueva y pidió a los cristianos más pudientes que no fueran a Roma a acompañarlo, y destinaran a obras de caridad el importe del viaje.

Conservador

Todos esos gestos los compatibiliza con un notable conservadurismo en lo doctrinal y un distanciamiento del poder del que ha hecho gala sobre todo desde que llegó al arzobispado de Buenos Aires. Allí ha protagonizado un puñado de desencuentros con el matrimonio Kirchner, que se hicieron especialmente visibles en su negativa a visitar a la Casa Rosada para ser recibido en audiencia.

Con la actual mandataria se ha enfrentado más por una cuestión de fondo: su oposición al proyecto de ley sobre matrimonio de personas del mismo sexo, que contemplaba también la posibilidad de adopción. El cardenal, que gusta del lenguaje preciso y es buen lector de Jorge Luis Borges y Leopoldo Marechal desde sus tiempos universitarios, no dudó en calificar el texto legislativo de «movida del Diablo» y en alentar una «guerra de Dios» contra el mismo. Tampoco la presidenta se quedó corta en la respuesta, pues calificó la campaña del ya Sumo Pontífice de propia de «la Inquisición».

Bergoglio no se arredró por la dureza de la contestación. Ni dejó de criticar al Gobierno por permitir la existencia de «niños esclavos» en las calles de Buenos Aires y fomentar la degradación de la lucha entre partidos hasta convertirse en algo «enfermo». Hay quien piensa que su alejamiento de la política a veces es una cortina de humo porque también le ha servido para apartar de sus parroquias a sacerdotes muy implicados en movimientos de izquierdas.

Ahora, en el Vaticano, tendrá que enfrentarse a la imprescindible renovación de la Iglesia rodeado de una Curia que tratará de influir sobre él. Quizá no lo tengan fácil porque la imagen que deja en Buenos Aires es la de un prelado de carácter, buen discutidor y capaz de pasar horas tratando de convencer a quienes le rodean. Si no cambia, hará lo que considere oportuno en cada momento aunque nadie a su alrededor lo apoye.

Y delegará poco, muy poco. Aunque puede que la magnitud de la tarea, su edad -esos 76 años que, para muchos analistas, lo convertían en un elector influyente pero con escasas posibilidades de ser elegido- y las presiones que deberá soportar cada día lo cambien.

No será lo único que deba modificar en sus hábitos. Poco dado a viajar, deberá moverse por el mundo para extender la Evangelización que la Iglesia necesita en los países emergentes y la reevangelización precisa en los de viejo y escéptico catolicismo. Y sufrirá la soledad de la que ha hablado su antecesor sin la compañía tierna de su vieja maestra de la infancia.

Hasta la muerte a los 96 años de Estela Quiroga, su profesora de primer grado en la escuela de Las Flores, Bergoglio le escribió extensas y frecuentes cartas en las que le contaba los más variados episodios de su vida sacerdotal, sus logros y temores, sus vacilaciones y caídas.

Bergoglio ha vuelto. Su esperanza humilde, como dice el tango más famoso que se ha escrito nunca, es ahora la llama que debe iluminar una Iglesia aturdida que no acaba de encontrar su rumbo en el nuevo siglo.