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Ratzinger, con Adolfo Nicolás, general de los jesuitas. :: REUTERS
Sociedad

Los jesuitas conquistan Roma

La humillación de Arrupe en tiempos de Wojtyla y el conflicto con la Teología de la Liberación se superan

ISABEL URRUTIA
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La Compañía de Jesús funciona como un ejército de hombres de Dios. La jeraquía se respeta a rajatabla, al margen de las distintas sensibilidades que hay entre los jesuitas. Por eso mismo, el actual Papa, Jorge Mario Bergoglio, obedecía hasta ayer mismo como un cadáver -como se dice en la milicia- al español Adolfo Nicolás, Superior General de los Jesuitas, un hombre de talante progresista que ha pasado media vida en Japón y se le conoce por saber relativizar los conflictos con una sonrisa. Muy oriental. Y por eso mismo, muy distinto a Bergoglio, «que forma parte del bando más conservador de la Compañía de Jesús».

Son como el agua y el aceite pero no había problema. «Nuestro santo y seña es la tolerancia. ¡Entre los jesuitas hay de todo!», confirma Pedro Lamet. religioso, periodista y escritor. Ahora que las tornas han cambiado -Bergoglio se ha convertido en el 'jefe' de Adoldo Nicolás- tampoco habrá rifirrafes. Priman las buenas maneras. Algo que no siempre ocurrió con el Vaticano. No porque los seguidores de san Ignacio de Loyola se pusieran belicosos y protestones, sino por la mano dura del Papa. Juan Pablo II para ser más exactos. Todavía escuece la humillación que les infligió Wojtyla al prohibir la dimisión de Pedro Arrupe, en 1980, cuando el bilbaíno sentía que ya no tenía fuerzas para seguir adelante en calidad de líder de la Compañía.

El jerarca más carimástico de los jesuítas -con permiso de san Ignacio- tenía entonces 73 años y llevaba 15 de mandato. Nada que conmoviera al Papa polaco que aplicaba a rajatabla el lema de 'no hay que bajarse de la cruz'. El sufrimiento de Arrupe, sobre todo el moral, llegó a lo insoportable cuando en 1981 quedó postrado por una trombosis cerebral y Juan Pablo II no dudó en colocar la frente de jesuitas al padre Dezza, «un religioso de la rama tradicional, al estilo de Jorge Mario Bergoglio», apunta Lamet.

Una decisión papal que se aceptó en silencio y con respeto. No tenían alternativa porque así les obliga su propia condición de herederos de san Ignacio de Loyola. Basta con recordar los votos que les definen: pobreza, castidad y obediencia «por amor y deseo de imitar el estilo de vida de Jesús pobre y humilde». Pero el más importante en sus relaciones con la Santa Sede es el cuarto juramento: obediencia particular al Papa en las misiones que quiera confiarle. Fieles al espíritu castrense de su fundador, se muerden la lengua y siguen trabajando.

La rama más reformista y afín a la Teología de la Liberación -Ignacio Ellacuría, Jon Cortina y Jon Sobrino- ha sido siempre la 'bestia negra' de Roma pero no importa. No se acomplejan y mantienen el ritmo. Se les educa para ser infatigables y en la actualidad continúan siendo la orden religiosa católica masculina más numerosa del mundo. Tienen cerca de 18.000 miembros -entre sacerdotes, estudiantes y hermanos- y su insignia lleva tres letras: IHS, un monograma (conjunto de letras) que remite al nombre de Jesucristo en griego. Es decir, no pierden de vista en ningún momento al supremo líder, algo que con toda seguridad ha aplaudido siempre Benedicto XVI, que nada más renunciar al puesto declamó en estos términos : «La barca de san Pedro la lleva Jesús». Una obviedad para los creyentes pero, a juzgar por lo que dicen muchos teólogos, se estaba olvidando «porque el poder y las intrigas tiran mucho».

Líderes

Contra el apego al cargo, dentro de la Iglesia, no solo ha marcado tendencia Joseph Ratzinger. Ya antes, el general jesuita Peter Hans Kolvenbach, sucesor de Arrupe, apeló a su edad provecta (80 años) para presentar su dimisión a Benedicto XVI. Y en esta ocasión, contra todo pronóstico, la actitud del Pontífice fue de absoluta comprensión. Una medida histórica. Aquello ocurrió en 2008 y era la primera vez que se jubilaba el superior de los jesuitas. Con este gesto no se alienta la galdunería sino todo lo contrario. Se transmite un mensaje de eficiencia y seriedad. Algo que sintoniza a la perfección con la personalidad de la propia Compañía de Jesús.

A los jesuitas se les educa para ser líderes. Es la marca de la casa, que montó san Ignacio de Loyola, con el ímpetu de un soldado reconvertido en hombre de Dios. Entre las muchas órdenes que dejó el fundador llama la atención que «nos recomendara fervientemente mantenernos al margen de las dignidades eclesiásticas», apunta Lamet con ironía. Ni obispos, ni cardenales ni muchísimo menos Papa. Con el nuevo Pontífice, Francisco, se rompe la regla de oro pero nadie se ha rasgado las vestiduras. Las 231 universidades que tiene la Compañía lo han celebrado con alborozo. Una vez más, la tolerancia y la diplomacia mandan. No hay que malgastar enerfía y la batalla continúa.