Sociedad

FRANCISCO, UN PAPA AMERICANO

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Una vez más, la familia católica, con dos mil años de historia a sus espaldas, se atreve a entregar la máxima autoridad de conducir y animar a la propia comunidad a una sola persona para que hable y actúe en el nombre de todos. Han sido necesarias cinco votaciones para conseguir, al menos, 77 votos para obtener la mayoría necesaria. Hay que reconocer que los cardenales han sido rápidos, han demostrado que tantos expertos vociferantes no han acertado ni de lejos y que el pueblo cristiano ha quedado razonablemente satisfecho.

Dicho esto, demos la bienvenida al nuevo Papa. Papa Francisco tiene casi tantos años como Ratzinger cuando fue elegido hace ocho años, pero creo que podemos afirmar que puede responder a la razón presentada por Benedicto XVI para sus renuncia: «En el mundo de hoy, sujeto a rápidas transformaciones y sacudido por cuestiones de gran relieve para la vida de la fe, para gobernar la barca de san Pedro y anunciar el Evangelio, es necesario también el vigor tanto del cuerpo como del espíritu». Estas palabras confirman la impresión de numerosos cristianos de que nos encontramos en un nuevo comienzo, un tiempo para la creatividad , el trabajo y la responsabilidad compartida y la esperanza.

Me resulta digna de tener en cuenta la procedencia del Papa Francisco. Se trata de una elección que marca una época. Juan Pablo II fue un Papa no italiano después de siglos de papas italianos. En una época de verdadera globalización, en una sociedad verdaderamente universal, es un ejemplo de normalidad y adaptación el elegir un Papa no europeo. La Iglesia debe dejar de ser tan eurocéntrica en sus enseñanzas, estructuras y personal. Abrir las puertas de la Iglesia a cuanto es normal en la sociedad y no es contradictorio con la doctrina de Jesús, confiar en el futuro y en los cambios sociales y culturales, no es un signo de permisivismo sino de consideración del signo de los tiempos y de esperanza en la capacidad del cristianismo de cristianar cuanto se encuentra en su camino, no por la fuerza sino con el amor y la comprensión.

Francisco, obispo de Roma, deberá mostrar decisión y valentía desde la humildad y el diálogo. En este sentido, debe afrontar desde el primer momento su decisión de compaginar el ministerio petrino con la corresponsabilidad y colegialidad de los obispos y, sobre todo, con el derecho de todos los cristianos de ser considerados, escuchados y copartícipes de la Iglesia, que no es del Papa ni de los obispos sino solo de Cristo. Me ha resultado llamativo y esperanzador que en el balcón se haya presentado como obispo de Roma y se haya dirigido a los miembros de su diócesis pidiéndoles que recen por él con oración compartida. Se trata de volver a las parroquias, a las Iglesias locales, a la colegialidad, a escuchar a los religiosos, a los sacerdotes, a los matrimonios y a los jóvenes, al mundo. No es cuestión de grandes concentraciones sino de un trabajo compartido y acompañado en el sentido más genuino de acoger, escuchar, amar y compartir.

No puedo por menos de relacionar este nuevo papa con el Concilio Vaticano II. Es el primer Papa posconciliar que no intervino ni estuvo presente en el concilio, pero sabemos que a lo largo de su vida ha sido fiel al espíritu y a la doctrina conciliar. Hagamos de la Iglesia, con Papa Francisco a la cabeza, un jardín diferente al de nuestros antepasados, con amor, generosidad, solidaridad, sobriedad y más cercanía a los desheredados del mundo y sobre todo y en primer lugar, con la dócil fe en Cristo que sigue siendo el alfa y la omega de nuestras vidas.

No olvidemos que él fue miembro de la Congregación XXXII de los jesuitas en la que se optó por la justicia y por una sensibilidad mayor por la pobreza.