El Estado vaticano necesita Dios y ayuda
Nació de un pacto entre Mussolini y Pío XI, tiene 600 habitantes y ahora sufre problemas de dineroLas donaciones anuales han pasado de 73 a 53 millones de euros, pero se lo toman con calma, hasta los coches van despacio
Actualizado: GuardarComo cualquier enclave emblemático, ha sufrido saqueos y ha llorado a sus muertos. Incluso ahora no está libre de intrigas terrenales. Que se lo pregunten a Ettore Gotti Tedeschi, expresidente del Banco Vaticano, que temía ser asesinado con cianuro de oro, un veneno que desprende olor a almendras amargas. En los últimos tiempos, la Santa Sede ha dado mucho juego a escritores y guionistas de Hollywood y más que seguirá inspirando a los amantes de la novela negra. Se ha desatado la curiosidad entre la gente -ya sean fieles o ateos- y no hay vuelta atrás. Sea verdad o pura ficción, hay hambre de historias con sotanas rojas y crucifijos plateados en liza.
¡Si hablaran sus muros! El siglo XX marca un antes y un después en la historia vaticana. El 11 de febrero de 1929, Benito Mussolini y Pío XI firmaron los Pactos Lateralenses y el Concordato, que puso fin a los dimes y diretes entre el Gobierno italiano y la Santa Sede. Y es que el Pontífice no terminaba de conformarse con su nueva situación: una extensión de apenas 0,44 kilómetros cuadrados -la cuarta parte del Principado de Mónaco-, nada que ver con las glorias de antaño, cuando abarcaba casi media península itálica. Recordemos que hasta 1870 abarcaba los ducados de Roma, Benevento, Pontecorvo y Castro; las provincias de Bolonia, Ferrara, Perusa, Romagna y Urbino; además del condado de Avignon.
¿Cómo consolar al líder de la Iglesia católica? El 'Duce', antiguo maestro y periodista, no dudó en echar mano de la diplomacia y la palmadita en la espalda. Para empezar, declaró que el catolicismo era la religión oficial de Italia y, como guinda, otorgó al Vaticano poderes exclusivos y jurisdicción soberana sobre su terruño. Y para rematar la faena, lo declaró neutral e inviolable, más allá del bien y del mal en este mundo. De estallar una contienda mundial, serían los únicos en vivir en un mundo feliz. En teoría, claro está. Una curiosidad: hasta 1960 no se abolió la pena de muerte en el país que preside el Santo Padre.
En la actualidad, tiene más de 600 habitantes, entre cardenales, prelados, diplomáticos, funcionarios y guardia real. La tasa de natalidad es cero y, curiosamente, hay un montón de compatriotas de Ratzinger en el cementerio. ¿En cuál? Pues en el camposanto teutónico, que se ubica entre la Basílica de San Pedro y el Aula de las Audiencias. Allí solo tienen derecho a sepultura los miembros de la Archicofradía de Nuestra Señora del Camposanto Alemán, además de los inquilinos de casas religiosas y residencias de origen germano en Roma.
A los otros mortales, que no sean el Papa, se les despacha en un santiamén a Roma, que por algo tienen carreteras y medios de transporte que funcionan como Dios manda. No solo tienen un helipuerto, sino también una terminal de ferrocarril, construida en 1930, que luce un apañado estilo barroco. La única pega es que los automóviles tienen prohibido superar los treinta kilómetros por hora. Los que van a toda pastilla -en su lugar de trabajo- son los medios de comunicación: Radio Vaticana emite en 34 lenguas, el diario L'Osservatore Romano tiene una tirada de más de 70.000 ejemplares y no falta una agencia de noticias con sello papal.
La maquinaria administrativa también es potente, con un secretario de Estado, tres tribunales (Penitenciaría apostólica, Supremo y de la Rota), una comisión de cardenales que ejerce el poder legislativo, y un poder ejecutivo, a cargo del presidente de esa agrupación de purpurados. Y no menos importante, también hay nueve congregaciones que funcionan como ministerios, entre los que habitualmente acapara todo el protagonismo la Congregación para la Doctrina de la Fe, antaño llamada Santa Inquisición, que desde la Edad Media vela por la ortodoxia para que ningún creyente sobrepase las líneas rojas de la doctrina oficial que marca Roma.
Trabajo no falta, por eso tienen empleados a más de 4.700 religiosos y laicos que no se duermen en los laureles. Un capital humano que valoran mucho y que no sufre ERE ni prejubilaciones. Al menos, que se sepa. De momento, los jefes de personal hacen encajes de bolillos para no caer en la bancarrota. Es sabido que la partida de los sueldos está desangrando el presupuesto nacional. Tanto o más que el periódico L'Osservatore Romano y Radio Vaticana, que arrastran -año tras año- un déficit monumental.
Por no hablar de los viajes del Papa que salen por un riñón, porque exigen un despliegue digno de un alto mandatario, con legiones de traductores y escoltas. Ni siquiera las donaciones de fieles de los cinco continentes contribuyen a que los contables vaticanos puedan respirar tranquilos. En 2006 recibieron 73 millones de euros y el año pasado se encontraron con 53 millones en el cepillo. Una minucia. En el siglo XXI hasta el Santo Padre vive a merced de la economía; se las ve y se las desea para tapar agujeros. En 2010 disfrutó de un excedente de 10 millones de euros y luego pasó, de sopetón, a un déficit de 15 millones. ¿Y este año? Dios dirá.
Patrimonio inmobiliario
En la ciudad del Vaticano, solo puede presumir la Administración -el Gobierno puro y duro- de cuentas saneadas (20 millones de excedente en 2011) gracias a los ingresos que reportan los Museos Vaticanos. Ni el conjunto de Laocoonte y sus hijos ni el Torso de Belvedere han perdido gancho a pesar de las crisis económica, ya que todos los años reciben unos cinco millones de visitas. Un consuelo que no basta para sostener el aparataje vaticano.
En resumidas cuentas, el sucesor de Ratzinger deberá afrontar un problema de liquidez francamente serio. Y eso que cuenta con bienes inmuebles valorados en 800 millones de euros, excluyendo la Capilla Sixtina y la Basílica de San Pedro. ¿No le saldría a cuenta vender algún cuadro de Rafael? ¿O uno de Caravaggio? Difícil. Son patrimonio de la Humanidad y muy mal debería estar para llegar a ese extremo. Solo hay una solución: que el nuevo Pontífice pida imaginación a sus colaboradores para sacar dinero de las piedras. En definitiva, un milagro.