Hospital Camarón de la Isla
Actualizado: GuardarEstá claro que algo tuvo que ver. Fue advertirles –a políticos y militares– que alcanzaran un acuerdo con el Hospital de San Carlos o sacaba sus güichileaks a la luz y Defensa entregó el inmueble y su personal a la Junta de Andalucía (y su Consejera va y lo acepta). El miércoles, un día antes de la laica ‘Magna’ del pueblo de la Isla –esa kilométrica manifestación de cañaíllas pidiendo un hospital para cien mil personas–, pude disfrutar del interesante programa de debate llamado ‘Quién Dijo Miedo’, de Una Cádiz TV. Ese día versaba sobre San Carlos y departían con José Antonio Medina sus invitados Daniel Nieto (PP), Patricia Cavada (PSOE), Pedro Romero (IU) y Enrique Montiel (MP, mi padre). Cada cual llevaba el ascua a su sardina pero la tertulia era aguda. No pude evitarlo. Cogí el iPhone blanco y envié un tweet a Ana Zambrana, la encantadora, para que planteara a la mesa una cuestión: ¿Podría la Junta cambiar el nombre al hospital y llamarlo Camarón de la Isla? Ana me contestó: «Pregunta a plató». Y eso hizo. La ocurrencia resultó divertida: nadie se tomó en serio la propuesta del cambio de ‘nomen’.
Y es que esto de los nombres tiene su alegría. El de Cádiz procede del fenicio ‘Gadir’; luego están los de origen árabe, que me encantan, como Medina-Sidonia (‘la ciudad’ y ‘Sidón’), Benamahoma (de Ibn Muhammad, ‘Hijos de Mahoma’), Benaocaz (‘Casa de Mercado’), Tarifa (‘Punta’), Zahara (‘Brillante’) o Grazalema (‘Ciudad de los Banu al-Salim’). También resulta curioso el nombre del pueblo de González Cabaña: Benalup de Sidonia (‘Hijo de la loba’), que en 1999 se cambió para denominarlo Benalup-Casas Viejas, en memoria de los trágicos sucesos que desembocaron la caída de la Segunda República azañista. Me gustan los nombres con la locución ‘de la Frontera’, como los de Jerez, Chiclana, Arcos, Conil, Vejer, Jimena, Castellar o Cortes, que por cierto es un pueblo malagueño de aviesas carreteras. La Frontera se refería a la del Reino de Granada, lo que en su día se consideró el límite europeo entre el Islam y el Cristianismo.
Algunos de los nombres que nos rodean no deberían cambiarse; otros sí, empezando por San Fernando, que debería retornar al antiguo de la Real Isla de León, más aún teniendo en cuenta que el título le viene a la ciudad del nefasto gobernante traidor, Fernando VII, que revocó la Constitución liberal gaditana de 1812. Hoy –idus de marzo– que es el santo de mi hijo, el inefable Rodrigo, recuerdo que iba a llamarse como su abuelo y como su padre hasta que cambió el viento de la decisión. Mi admiración por El Cid y el deseo de regalarle al pequeño una vida alejada del estigma de remedar el nombre repetido de su padre me hicieron decidirlo así. Aún hoy, a veces, me sobreviene la melancolía de no haberlo llamado Enrique, Quique. Espero que mi pequeño obseso de Spiderman llegue algún día a ser cirujano, como su bisabuelo Pedro Montiel –que hizo mili de dos años en el cuerpo médico del Atlético Aviación–, y pueda decir con orgullo que trabaja en la Real Isla de León; en el duodécima planta de un Hospital llamado Doctor Revuelta Soba.