El Málaga se hace grande en Europa
Santa Cruz e Isco firman la proeza ante un Oporto que acusó la expulsión de Defour en la segunda mitad
Actualizado: GuardarLo vaticinaron las gradas en el prólogo. La afición invocó a San Jorge para apelar a su sabiduría y acabar con el dragón procedente de Portugal. Era un adorno más para vestir un muñeco de ‘Champions’ que quería seguir con los colores azules y blancos. Pero el santo que apareció fue Demichelis, junto a Isco como fiel escudero. La épica fue posible. El Málaga será el segundo equipo andaluz, tras el Sevilla en 1958, en alcanzar los cuartos de la Copa de Europa.
Pellegrini empezó a jugar el encuentro desde mucho antes del pitido inicial. Respiró hondo al concluir el duelo en Portugal, cuando admitió los errores tácticos cometidos. En las dos semanas posteriores justificó un plan de contingencia más elaborado demostrando a sus hombres los puntos débiles del rival. Desmenuzó su plan una hora antes de rodar el balón, cuando exigió a los jardineros de La Rosaleda que abrieran los aspersores. Quería el chileno un partido rápido, sin la posibilidad de convertir el centro del campo en lo más parecido al tráfico en hora punta. Aquello fue lo que más le perjudicó en la ida y no iba a volver a caer en la trampa de Vitor Pereira.
Para poder llevar a cabo los planes blanquiazules, Toulalan se erigió como el atalayero de su técnico en los primeros minutos. Era el que tenía las órdenes de ver cómo iba a jugar el Oporto y a partir de ahí ayudar a la disposición de los compañeros para no tener sorpresa desagradables. Espoleados durante su trayecto en autobús por una marea humana, los malaguistas decidieron el ritmo de la primera mitad. Los lusos jugaban al son que les marcaran, toda vez que se sienten más seguros cuando el protagonismo del baile recae sobre los de enfrente.
A Joaquín le faltó el suspiro de un colibrí para romper esa armonía. No controló y el susto despertó a los portugueses. Jackson Martínez galopaba para presionar a una defensa malacitana que se veía nerviosa y sin brío. Sus camaradas usaban la estrategia de guerrillas, parando las acciones con faltas, en ocasiones, peligrosas para la integridad de sus oponentes. Ante la permisividad de Rizzoli, el Málaga decidió también ir a esa batalla que se estaba formando en lo físico. El resultado fue un carrusel de tarjetas que dio paso a la anarquía de la que el linier se contagió. Anuló un tanto legal a Saviola, por una inexistente falta de Baptista sobre el portero. Con la afición enfurecida, Isco se sacó de su chistera la magia necesaria para empatar la eliminatoria y apaciguar los ánimos.
Expulsión y júbilo
Ya no se iban a llevar al descanso solo cardenales los jugadores malacitanos, también la tranquilidad de que empezaba de nuevo todo. Era la primera vez que la entidad debía remontar un marcador adverso y el camino se estaba construyendo. Con el recuerdo de que nunca se había perdido un choque en Europa como local, la clave estaría en no encajar ningún gol. Hasta ocho veces había logrado tal objetivo en el viejo continente. Tocaba la novena.
Las estadísticas insuflaban el ánimo andaluz. Pero también era cierto que el Oporto llevaba 48 partidos sin perder por más de un tanto de diferencia. La reanudación hizo un regalo especial para los intereses malagueños. Defour se autoexpulsó por una dura entrada sobre Joaquín que le costó la segunda amarilla. Había cerca de 45 minutos por delante para hacer la gesta. Era tiempo de pensar y llamar a la calma. La muralla del Oporto se derribó a falta de quince minutos gracias a un cabezazo de Santa Cruz. Solo Maicon disparó la venta de fármacos para el corazón con un gol que acabó anulado.
Europa seguirá bailando por malagueñas, entre palmas del sur. El dragón se ahogó a orillas del Mediterráneo a manos de un Málaga colosal. La ‘Champions’ tiene su nuevo príncipe azul y late con corazón malaguista.