La ciudad de las torres
Actualizado: GuardarLa idea no es mía, se la he escuchado a personajes tan cualificados del mundo del libro, como Ana María Mayi y Juan Manuel Fernández, al hilo de un sugestivo proyecto editorial que muy pronto estará a disposición de cuantos quieran explorar Cádiz. Parece que ya desde muy antiguo esta fortaleza marina fue conocida por sus torres, como las crónicas de los conquistadores árabes que describen altas construcciones de esa Gades que compitió en esplendor con la propia Roma. La vista dibujada en 1567 por Van den Wingaerden presenta una ciudad poblada por altos torreones. Se diría que la estrechez del recinto invita a la elevación como anhelo de la mar.
Durante los siglos XVI al XVIII el perímetro fuertemente amurallado exige a sus habitantes construir atalayas para asomarse a aguas tan cercanas como custodiadas. Las torres que caracterizan la ciudad moderna expresan el deseo de auparse hacia la mar y a su vez representan símbolo de libertad. El caserón de comerciante, de estrecha fachada y amplio fondo, dispone de torre mirador cuyas esbeltas proporciones definen el perfil de Cádiz. Su finalidad consistía en vigilar el tráfico portuario sorteando la muralla. También adquieren una función simbólica como elemento de distinción de la casa y presiden un saludable mundo soleado y oreado por brisas marineras, en contraste con el abigarrado plano de estrechas calles y oscuros callejones entre altas tapias conventuales.
A veces presentan notable esbeltez llegando a tres alturas más el terrado, al que se suele acceder mediante garitas muy semejantes a las propias de la arquitectura militar que desde la muralla hoy ofrecen miradores al excepcional paisaje de la Bahía. Este elemento que los ingenieros militares del XVIII emplean en las fortificaciones de las colonias de ultramar y asemejan Cádiz a ciudades tales como La Habana, San Juan de Puerto Rico o Manila, son conocidas en algunos lugares de América Latina como ‘escaraguaitas’. Las Ordenanzas Municipales de 1799 no van a permitir en los nuevos edificios más que torres construidas con materiales ligeros por razones de seguridad, lo que dará lugar a toda una variedad de nuevos modelos mediante carpinterías de madera, amplias cristaleras y cubriciones de cobre o de cinc, pero su fragilidad las hace más vulnerables y se conservarán peor pese a su notable belleza. Durante el XIX pierden su función comercial conforme el Estado liberaliza el acceso a los muelles. Este fenómeno refuerza la proliferación de usos más amables: lugares de reunión, gabinetes de curiosidades, bibliotecas, observatorios de astronomía y ámbitos para el coleccionismo.
Hoy se puede acceder a tres Torres Mirador: El Pañol de la Memoria en Casa de las Cuatro Torres, la de Casa Pinillos; y Torre Tavira, la que alcanza mayor altura y funciona como Centro de Interpretación. Existen torres más comunes, como las de iglesias y conventos. La Torre de Poniente de la Catedral Nueva y el Torreón del Frente de Tierra representan también miradores abiertos al público. Ya fuera del recinto amurallado, puede observarse éste desde la Torre de Telecomunicaciones. Mucho más allá, las Torres de la Luz suponen el hito más relevante del conjunto metropolitano en torno a la Bahía.