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«El comandante estaba igualito»

Después de esperar casi diez horas se llega al ataúd del presidente fallecido, que sólo se puede contemplar durante un instante

DOMÉNICO CHIAPPE ENVIADO ESPECIAL
CARACAS.Actualizado:

De noche, las gentes que regresan de ver a Hugo Chávez muerto tienen más cara de cansancio que de dolor. No vuelven por donde fueron. La salida de la capilla ardiente, en la Academia Militar, es por la esquina opuesta del Fuerte Tiuna, un gigantesco emplazamiento militar que está en medio de la ciudad. La caminata de retorno se hace por un sendero de tierra y asfalto que corre paralelo al río Guaire. El cortejo avanza en columnas. Los militares de la Guardia Nacional las dirigen hacia la derecha. Por la zona de salida, donde hay un grupo de soldados que impide la entrada de vehículos no autorizados, pasa una persona por segundo, sesenta en un minuto, en flujos constantes a veces interrumpidos por vacíos, cuando los caminantes se agrupan.

A las seis y media de la tarde, la oscuridad ya se cierne sobre Venezuela. El clima refresca. Una anciana se detiene y se agacha para dejar en el suelo una bolsa repleta y amarrada en las puntas. Está vestida con una camisa roja y pantalón negro. Desencajada su tez oscura, los ojos pequeños, el cabello cuidado. Ilda Palacios viene del Estado de Miranda -donde gobierna el líder opositor, Henrique Capriles-, llegó a Caracas el día anterior a las cinco de la tarde pero comenzó la espera por la mañana. Quienes finalizan su peregrinación a esta hora empezaron a hacer cola aproximadamente a las ocho de la mañana. «La cara no la cambió», dice Ilda. «El comandante estaba igualito. Para mí no está muerto».

Ilda recoge su bolsa, que contiene más bolsas amarradas dentro. Dice tener siete hijos. «Chávez me dio una pensión», asegura. «Mi marido trabajaba en la alcaldía, ganaba poco. Pero hoy día todo el mundo come chuletas, bistec. ¿Antes qué comíamos?».

Agua y bocadillos

Su hermana Carmen Palacios se acerca. Es algo más joven. «Fue como ver a un ser querido», dice. Ambas se alejan con paso trémulo. Se detienen un poco más adelante, frente una camioneta que reparte bocadillos y agua. Al lado, se observa la retransmisión de Venezolana de Televisión, en una pantalla gigante. Se espera el inicio del acto de juramento de Nicolás Maduro en la Asamblea Nacional. Mientras, se ve a la gente que se detiene un instante y mira dentro. El rostro de Chávez no ha sido fotografiado. Sólo el canal estatal tiene acceso al recinto. Los que se demoran frente al féretro algo más de un segundo son los que se persignan o hacen un gesto, como besarse los dedos y colocarlos sobre el vidrio.

«Lo vimos dormido», recuerda Tina Yegues, una «luchadora social», como se define, de mediana edad, que va con su hijo, que tiene un muñeco vestido de uniforme verde. «Un rostro bello». Vienen de Cumaná, a unas seis horas de la capital, y esperaron su turno a las 9 de la mañana. Llevan una bolsa con refrescos y pan que les han entregado en el puesto de asistencia que está en el camino de vuelta. Sonia se acerca y sentencia: «Estaba como triste». Tina la contradice y se internan en el camino sin alumbrado.