Extra omnes
Actualizado: GuardarUno de los efectos colaterales de tener hijos en edad escolar es que, sin necesidad de que nadie le envíe un pps nostálgico, vuelve uno a recordar las capitales del mundo, las restas con llevada, los formatos, los cantares de gesta y hasta los nombres de los validos de los Austrias. En esas estoy, en la crisis del siglo XVII y la nefasta actuación del conde-duque de Olivares al frente de un país en bancarrota. Dice el libro de texto –me pueden, desde siempre, los libros de texto y quienes los escriben- que la crisis económica vino precedida por un endeudamiento feroz de la monarquía española con la banca alemana, que no pudo saldar por el derrumbe de la burbuja de oro y plata americana, por las revueltas catalanas, por la emigración masiva de la población, por las epidemias y la poca praxis sanitaria… en fin, todo demasiado familiar y espeluznantemente cercano. Luego dice el libro que el declive social propició la aparición de la picaresca –tan de aquí- y una gran fractura social y política acentuada por la labor de unos ministros corruptos cuya última consecuencia fue que el mundo conocido hasta entonces diera el cerrojazo con Carlos II el Hechizado.
Y como soy de natural catastrofista, derrotista -y todos los istas que usted quiera añadir-, y como además soy de las que pienso que no hay nada nuevo bajo el sol y que todo se repite una y otra vez, no me queda más remedio que unirme al club de los profetas muertos y reconocer que el mundo está otra vez entrando en modo autodestrucción. Que el mundo en el que ustedes y yo nos criamos está pidiendo pista, para entendernos. Mire a su alrededor y piense, no ya en los casos de corrupción y mangancia, ni en la denuncia de Bárcenas al PP, ni siquiera en el kafkiano mensaje apocalíptico de Maduro momentos antes de anunciar la muerte de Chávez, no piense tampoco en la bestialidad de Ferrera mandando a hacer punto de cruz –la podría haber mandado a otro sitio y santas pascuas- a su casa, ni en las siniestras declaraciones de Corinna. No es necesario que vea ni El gato al agua ni a Falete tirándose a la piscina. No hace falta que piense en el lamentable espectáculo del Vaticano –lo mejor, sin duda, Ralph Napierski, vestido de obispo del millonario haciendo mogijangas con los cardenales- y sus intrigas pasionales, ni en las tartas de chocolate y almendras -¿chocolate y almendras?- de Ikea. No se plantee cuanto cuesta cortar la luz en Cádiz para que salgan las procesiones –¿seis mil quinientos, cuatro mil novecientos, cuatro mil cien?- ni le de vueltas a lo del hospital de San Carlos, ni al plan Bahía Competitiva. No hay que irse tan lejos. Simplemente piense en la última vez que se acostó sin darle vueltas al monedero, sin ajustarle las cuentas a su cartera, sin encomendarse a Dios o al diablo, sin echarle las culpas a alguien, sin acordarse de la madre de más de uno.
Por eso, -y porque lo vamos a escuchar dentro de muy poco-, es por lo que habría que empezar a ventilar la casa, a quitar toda la mugre que hay dentro, a darle un flete a este mundo. Por eso, porque a este mundo le quedan dos cuartos de hora, ha llegado el momento de decir “extra omnes”, todos fuera. Venga, a empezar de nuevo. Tal vez no nos vaya peor que ahora.