Lo esencial de lo primitivo
Actualizado: GuardarPensar que la existencia del ser humano se manifiesta como una línea continua, ascendente, es un error. De periodos largos de lúgubres sombras precedidos de otros de luces fulgurantes está llena la historia de la humanidad. Los descubrimientos científicos, los avances tecnológicos, la configuración de la estructura social, la manera en que el hombre consigue modular unas normas de convivencia para que una sociedad pueda ser más igualitaria, incluso los derechos que la van a conformar, son un continuo avanzar y retroceder.
En el arte ocurre igual. Considerar el arte abstracto como un logro figurativo de chiflados artistas de principios del siglo XX es no conocer la historia. Decía el genial y prolífico pintor malagueño Picasso que él pintaba las cosas no como las veía, sino como las pensaba.
El arte es la materia que nos permite comprender la verdad. En el anhelo de conocer la naturaleza, de expresar lo material o lo invisible, de realizar una copia muy personal y única de lo que transcurre a su alrededor, de expresar su sentimientos de manera plástica y creativa, el ser humano crea las diferentes formas de expresar el arte.
Desde siempre el arte ha sido la forma creativa que el hombre ha tenido para expresar sus ideologías, sus creencias religiosas y los revolucionarios cambios sociales, conformando un todo del que sería imposible desligar de la parte artística.
Nunca entenderíamos a las grandes civilizaciones sin su creatividad artística que las hace únicas e irrepetibles.
La arquitectura, la escultura y la pintura, como artes plásticas, y la literatura y la música, como artes acústicas, conforman la clasificación más sencilla.
‘La preferencia por lo primitivo’ de EH. Grombich aboga por la simplicidad racional. Considerando que hay mucho de superfluo y elementos prescindibles en la creación artística, plantea una creación a lo justo, sin adornos ni nada que distraiga la simplicidad de la obra en si.
Un fenómeno recurrente en la historia de las artes visuales es la sensación de que las obras más antiguas y menos sofisticadas son, de algún modo, moral y estéticamente superiores a otras creadas con posterioridad, con más y mejores recursos estéticos. Para sentir verdadera fascinación por el arte basta con buscar la simplicidad sutil de obras creadas hace miles de años.
‘El hombre león’ de Hohlenstein-Stadel, realizado en marfil de mamut hace 28.000 años; la ‘Venus’ de Willendorf, de piedra caliza, o la de Brassempouy, de marfil, realizadas hace 25.000 años, o los más cercanos ‘Bisontes de Altamira’, pintados con pigmentos aprovechando las oquedades de una cueva, bien podrían ser obras creadas para ser expuestas, como novedades, en las más vanguardistas ferias de arte que se celebran cada año. Posiblemente, en el arte, como en otras muchas facetas de la vida, cualquier tiempo pasado fue mejor.