«Los lodos de la corrupción vienen del engaño que fue la Transición»
Rafael Chirbes explora la resaca tras el estallido de la burbuja inmobiliaria en su novena novela, 'En la orilla', contrapunto de la premiada 'Crematorio'
Actualizado: GuardarCon el hallazgo de un cadáver al borde de un pantano arranca 'En la orilla' (Anagrama), novena novela de Rafael Chirbes (Tavernes de la Valldigna, 1949), que llega hoy a las librerías. Chirbes rompe un silencio narrativo de seis años y vuelve a poner el dedo en la llaga. Si con 'Crematorio' llegó al tuétano del pelotazo inmobiliario, aborda ahora la metástasis de aquel cáncer, su turbadora resaca tras la explosión de una burbuja de ladrillos y millones. Unos fuegos de artificio que solo dejaron desolación. Recorre el paisaje después de la batalla para contar cómo el bosque de grúas de su anterior novela -premio de la Crítica- se transforma en un cementerio de esqueletos de hormigón, esperanzas y dignidades quebradas.
«En 'Crematorio' había algo de testamento, de modo que resucitar a Lázaro no era fácil», justifica irónico su largo silencio. Admite que escribe «a ciegas», que jamás sabe a dónde va con sus novelas y que esta vez la lucha consigo mismo y sus incertidumbres «ha sido más dura». «Es un novela muy amarga, casi post mortem; me ha salido muy esquinada», reconoce. Ha escrito de nuevo «al margen de los tópicos, utilizando la ideología, pero sin ocultar que debajo de cualquier discurso hay poder y dinero, de la forma más mezquina y aparatosa».
Si 'Crematorio' contaba una borrachera de poder, 'En la orilla' es su terrible resaca, la cara B. Explora la desolación moral cuyo escenario es un campo arrasado «en el que pasaremos aun mucho tiempo». «Siempre escribo de lo que hay y de cómo lo veo, hable de la posguerra o del pelotazo», dice un pesimista lúcido, que no derrotado. «No haré el juego a los poderosos enarbolando la bandera del pesimismo para que todos nos metamos en casa. Pero, como advertía un personaje de 'La larga marcha', el mal triunfa siempre y entre los malos siempre triunfan los peores, de modo que la dignidad radica en mantener el mal un segundo fuera de tu casa», plantea. «Cuando te avasallan, la única dignidad posible es defenderse y ponérselo más difícil al avasallador. Pero nos quedamos sin mecanismos de defensa», se duele.
«Como a algunos gatos, no me gusta que me acaricien a favor del pelo, y hago lo mismo con los lectores», explica. «No quiero tratarlos como si fueran tontos. El mejor piropo que he recibido es que escribo para lectores adultos, maduros y con arrojo. Para dar consuelo están los curas, los psiquiatras y acaso los políticos. Lo mío no es contar mentiras, decirles que el mundo es estupendo y que hallarán la felicidad. Me limito a contar lo que hay y cómo lo veo», insiste.
La devastación moral que describe no se genera de noche a la mañana. «De los polvos del engaño de Transición viene los lodos de la corrupción, e incluso de antes», explica desde su retiro en la montaña valenciana. En su novela confluyen «en un intrincado nudo, historias de la guerra, la posguerra y de ahora». «Creíamos habernos modernizado y mantenemos comportamiento casi ancestrales, enraizados en lo peor de nuestro pasado. El origen de muchas fortunas, y de posiciones normalitas, sigue siendo dudoso. Se ve al remover al memora histórica con cierta profundidad y no como espectáculo para televidentes embobados», denuncia.
El pantano del Olba, «un pudridero, como es por definición une embalse de agua estancada», es el símbolo y el motor que hace avanzar una narración que protagoniza Esteban, un carpintero que con 70 años que se ve obligado a cerrar su negocio y dejar en el paro a sus trabajadores. Cuida a su padre, enfermo terminal, e indaga en los motivos de una ruina que asume en su doble papel de víctima y de verdugo. ¿Es Esteban el contrapunto del Rubén Bertomeu de 'Crematorio'?. «Sí, aunque no me propuse hacer un díptico ni conectar ambas novelas», admite Chirbes.
«Rubén se atrevió a todo y Esteban no se atreve a nada; sería un hombre musiliano y sin atributos. La habría titulado 'Un héroe de nuestro tiempo' si no se me hubiera adelantado Lérmontov», bromea. «Esta sería la novela de los que no quisieron y no se atrevieron, frente a los que arrasaron con todo como Bertomeu», explica Chirbes. Una contraposición nada extraña en la trayectoria de un narrador que en 'Los disparos del cazador' fabuló sobre los que treparon en la posguerra para dar luego voz en 'La buena letra' a quienes optaron por mantener su dignidad.
«Como Proust, aprendo de qué escribo cuando escribo. Averiguo qué pienso, desde qué premisa y me pongo en duda», dice Chirbes. Con esta novela obliga a al lector a mirar hacia al espacio fangoso «que siempre estuvo en el pantano y que nadie parecía estar dispuesto a ver». Es un lugar habitual para todos y un abismo donde se han ocultado delitos y se lavan conciencias privadas y pública.
Escritor casi a su pesar, no se tiene por un profesional, pero se tiende una y otra vez la trampa de la escritura. «Es aquello de contigo me matas y sin ti me muero. Siempre estoy escribiendo mi última novela, y aunque avance a ciegas y sufra a horrores, si no escribo me siento como amputado», reconoce.