A mis niños de 35 años
Actualizado:Uno de los pocos sabios que en el mundo han sido dijo que Cádiz, con el paso de los años, se estaba convirtiendo en un geriátrico de lujo. Que su reposada atmósfera y sus escuetas distancias la convertían en un retiro inmejorable para los que habían estado toda la vida partiéndose el lomo como hombres y mujeres de provecho. Esto lo decía este sabio, que aún vive y bebe, hace unos cinco años. Hoy, sin embargo, Cádiz parece más bien una guardería de lujo, un centro de adolescentes de cualquier edad que se mueven y usan costumbres de quinceañeros porque tienen demasiado que pensar y nada que gastar.
Si en los pueblos es común ver el fenómeno de los veintegenarios (jóvenes de veintipocos que adoptan las costumbres de los abuelos y se juntan en un banco de la plaza a ver pasarla vida), en Cádiz abundan desde hace tiempo los ‘cuarentecentes’, señores que frisan esta edad que por cosas de la crisis y sus sastres han tenido que volver a casa de sus padres. Porque primero se quedaron sin trabajo (y porque después los brotes verdes se los comieron otros y se agotó el paro), no tienen ni un euro con su nombre. Y lo peor no es la pérdida de independencia, ni renunciar a los lujos, ni tener que volver a dar explicaciones en un hogar que ya no controlan, sino desproveerse de esa responsabilidad que los convertía en hombres y mujeres para volver a ser adolescentes. Quinceañeros que están dos horas delante de un café en el bar, porque si se toman el segundo no podrán comprar tabaco, o que constantemente repiten que no se toman otra cerveza porque es que estoy tomando medicinas, ¿sabes?, no te preocupes, no, no, no vayas a invitarme gracias, que no es por dinero, es que luego me sienta mal.
A menudo se habla del paro juvenil como una frívola anécdota, que si no pueden comprarse la Play 3 no pasa nada, que en crisis estamos todos. Pero el problema es mucho más hondo. Se ha desprovisto a una generación entera de jóvenes de la posibilidad de ser adultos, de demostrar que no son esos niños de instituto cuya máxima aspiración era ver ganar al Madrid e irse a la playa a beberse una litrona. O se ha arrojado a los que ya eran señores con hipoteca, Visa, perro y un proyecto para casarse a 20 años atrás, pero con menos pelo, un currículum que toman por papel higiénico y un dolor en la rodilla derecha si va a llover. Ding, ding, dong, las 12 en el reloj. El Corsa, se volvió calabaza.