Benedicto XVI recorre la plaza de San Pedro en el interior del 'papamóvil'. :: TIZIANA FABI / AFP
A Bertone Futuro

«Nunca me he sentido solo»

Benedicto XVI se despide ante 150.000 personas que le muestran su afecto en la plaza de San PedroEl pontífice se va con una reflexión de esperanza en la Iglesia: «una barca que Dios no deja que se hunda»

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El Papa que hoy dejará de serlo en una jornada histórica, el pontífice que hoy se retira a las ocho de la tarde porque siente que ya no tiene fuerzas, se despidió ayer de la multitud en la plaza de San Pedro con un mensaje que quiso ser de esperanza y confianza, tras tantos días de autocrítica y llamadas a la penitencia, para ahuyentar cualquier velo negativo de su marcha. Benedicto XVI volvió a la imagen de la Iglesia como una barca, que ha usado tantas veces, para reconocer que ha vivido «momentos no fáciles», «momentos en que las aguas eran agitadas y el viento contrario, como en toda la historia de la Iglesia, y el Señor parecía dormir». «Pero siempre he sabido que en esa barca estaba el Señor, que la barca de la Iglesia no es mía, no es nuestra, sino suya y que no deja que se hunda», proclamó. Fue el momento de mayores aplausos. «Yo no me he sentido nunca solo», remachó, consciente del aura de desgobierno y aislamiento que le rodea, especialmente con las polémicas de los últimos meses. También hizo explícito su agradecimiento a Tarcisio Bertone, el secretario de Estado en el centro de las controversias, «que me ha acompañado con fidelidad en estos años».

Benedicto XVI tuvo suerte con el tiempo, salió una mañana soleada, y dio la última vuelta en 'papamóvil' por la plaza. Esto le dio por fin un toque especial, de cercanía, a la audiencia general de ayer, pues hacía meses que no lo hacía, y los dos Ángelus celebrados en su ventana desde que anunció su dimisión habían resultado más bien fríos. Ratzinger se paró un momento a besar a un niño. Luego pudo sentarse por última vez en lo alto de la escalinata de San Pedro, al pie del balcón al que se asomó por primera vez como Papa, hace casi ocho años, y donde aparecerá dentro de dos semanas el nuevo pontífice, cuyo perfil ahora no se consigue imaginar y es un misterio.

El Papa tenía ante sí a una muchedumbre que se perdía en Via della Conciliazione -unas 150.000 personas, según la Santa Sede-. Al fondo, el Castel Sant'Angelo, donde corrían a esconderse los papas cuando venían mal dadas. Era inevitable ayer sentir el rumor de la historia que pasa, pero Ratzinger no quiso enfatizarla de ningún modo. «En estos últimos meses he sentido que mis fuerzas habían disminuido, y he pedido a Dios con insistencia, en la oración, que me iluminara con su luz para hacerme tomar la decisión más justa no por mi bien, sino por el bien de la Iglesia», explicó. Poco dado a las confidencias, recordó hasta dos veces el día de su elección: «En aquel momento las palabras que resonaron en mi corazón fueron: 'Señor ¿qué me pides?'». Aceptó porque se fiaba, vino a explicar ayer, y esa fue la esencia de su último discurso, una simple llamada a la fe, «a confiarnos como niños en los brazos de Dios», y a no perder el ánimo.

Sus últimas palabras

Tenía delante la Iglesia real, una primera fila de discapacitados en sillas de ruedas, seguida de gente de decenas de países. Le flanqueaba la Iglesia oficial: escoltado por guardias suizos, a su derecha se sentaba una larga fila de 64 cardenales. A muchos se les vio sacar pañuelos para enjugarse lágrimas. Ahora necesitarán ellos esa fe en la providencia para acertar al elegir un sucesor. Benedicto XVI se va y se mira hacia atrás por última vez con la perspectiva de un mandato que se cierra, pero a partir de mañana la vista volverá hacia delante. Aguardan retos inmensos. Entre los cardenales estaban los tres 'detectives' que han removido para el Papa la porquería de la Iglesia en el 'caso Vatileaks', la filtración de papeles reservados con una trama de guerras internas, y le han dejado un informe de 300 páginas que ahí queda como primer problema latente para el nuevo Papa. También estaba el controvertido cardenal de California, Roger Mahony, encubridor de curas pederastas y contra el que hay una campaña para que renuncie al cónclave.

Ratzinger quiso dedicar la última parte de su discurso a garantizar su compañía silenciosa en el futuro. Se introdujo en una interesante reflexión que exploraba por primera vez la inédita fase que se dispone a abrir hoy. «Quien asume el ministerio petrino deja de tener vida privada, pertenece siempre y totalmente a todos, a toda la Iglesia. A su vida se le quita totalmente, por decirlo así, la dimensión privada. (...) Mi decisión de renunciar al ejercicio activo del ministerio no revoca esto. No vuelvo a la vida privada, a una vida de viajes, encuentros, recepciones, conferencias, etcétera. No abandono la cruz, sino que quedo en un nuevo modo junto al Señor crucificado». «Por así decirlo, en el recinto de San Pedro», concluyó. De esta manera ensanchó la explicación de este paso histórico que marcará un antes y un después en la historia de la Iglesia como la culminación de la autonomía humana y la libertad de conciencia en el magisterio del papado. Quizá no volvamos a oírle más.