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La actriz María Asquerino, en una imagen de 2011. :: JOSÉ LUIS NOCITO
Sociedad

Mutis de una mujer libre

Una crisis pulmonar acaba con la vida de la actriz, que a sus 87 años estaba retirada del espectáculo, donde destacó con papeles de carácter Muere María Asquerino, una de las últimas grandes damas de la escena española

CÉSAR COCA
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La mirada más intensa y la voz más profunda de la escena española se apagaron en la noche del martes al miércoles. María Asquerino (Madrid, 1925) murió a consecuencia de una crisis pulmonar cuando la trasladaban en ambulancia al hospital de la Fundación Jiménez Díaz. Era una de las últimas grandes damas del cine y, sobre todo, del teatro español. Una actriz especializada en papeles de carácter y una mujer moderna para su tiempo en su manera de entender la profesión y en su propia vida.

Hija y nieta de actores, Asquerino -cuyo verdadero nombre era María Serrano Muro- debutó en el teatro en San Sebastián. Tenía solo 11 años e interpretó un pequeño papel en una obra protagonizada por sus padres. Fue el inicio de una carrera artística que se extendió a lo largo de siete décadas y que tenía en Pili de 'Surcos', la gran película neorrealista de Nieves Conde, y Amalia, de la obra 'Madrugada' de Buero Vallejo, sus dos mayores interpretaciones.

Su rostro de rasgos marcados, la voz grave y poderosa y una mirada que parecía de fuego condicionaron su carrera. Fue, en el cine y sobre las tablas, antes la amante pasional y rebelde que la esposa dulce y cómplice. En realidad, el tipo de papeles que abundaron en su carrera no se diferenciaba demasiado de su propia vida. Porque María Asquerino era, como ella misma se definió en muchas ocasiones, una mujer libre que hizo toda su vida lo que le dio la gana, sin sentirse atada por convencionalismos ni por el qué dirán de los años más duros del franquismo.

Eso incluía una manifiesta ideología izquierdista y una agitada trayectoria sentimental, que comenzó con un enorme error: el de un matrimonio a los 17 años con el actor Alfonso Estela. Apenas tenía 19 y ya estaba divorciada por el único procedimiento que entonces era posible: «Nos fuimos cada uno por su lado y ya está», explicaba hace poco más de un año con una sonrisa. «Después de eso no me iba a meter monja. He amado y me han amado», añadía sin dar nombres, aunque se sabe que Fernando Fernán Gómez, Paco Rabal y Adolfo Marsillach pasaron por su vida.

Fue libre, sí, pero pagó un precio por ello. En lo profesional, quizá menos, aunque tuvo que aceptar papeles malos, impropios de una estrella de su magnitud, para poder comer. En lo personal, mucho mayores. Al final de su vida sufrió una profunda soledad: sin familia, sin esos hijos que tuvo miedo de parir y luego echó en falta, muertos o impedidos todos sus amigos, su rutina cotidiana se limitaba a levantarse muy tarde, ver las noticias en la televisión, leer los periódicos y dar un paseo mínimo hasta el Retiro. Una caminata cada vez más breve porque, como solía comentar, empezaba a notarse torpe, no veía bien y le daba miedo adentrarse en el parque al caer la tarde.

Una gran carrera

Lejos quedaban los tiempos en que fue primera actriz en el Español y el María Guerrero. O musa del Bocaccio, en cuyo local de Madrid jugó el mismo papel que Teresa Gimpera en el de Barcelona. Eran los años en que interpretaba lo mismo papeles escritos por Mihura que por Gala, Nieva o Fernán Gómez. Y muchas películas, hasta completar casi un centenar. Aunque en su mayoría no eran buenas, al menos 'El mar y el tiempo', de Fernán Gómez, le dio una de sus mayores alegrías al procurarle el Goya a la mejor actriz de reparto.

Luego, ya en el final de su carrera, se sumó a proyectos de directores jóvenes y rompedores, porque nunca fue una mujer de añoranzas. Sus trabajos para Agustín Díaz-Yanes en 'Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto', Álex de la Iglesia en 'La comunidad' y Borja Cobeaga en 'Pagafantas' fueron sus últimas apariciones ante el público.

En 2009 se despidió con un «hasta aquí hemos llegado». Desde entonces, contemplaba el mundo con serenidad y distancia. Hablaba de su vida como si se refiriera a uno más de sus personajes; como si no hubiese sido una gran figura y no le dolieran en lo más profundo las derrotas.

Mantuvo esa lucidez hasta el final. Cuando hace unos pocos meses, se hartó de «vivir sola como un perro», dejó la casa que había comprado cuarenta años antes a Jaime de Armiñán y se fue a una residencia. Cambió su libertad e independencia por un poco de calor humano. Ayer hizo su último mutis.