Presidente por mandato divino
Robert Mugabe cumple 89 años y más de tres décadas al frente de Zimbaue, un país que ha conducido al caos
Actualizado:El presidente zimbabuense Robert Mugabe lleva más de tres décadas en el poder por un mandato que no proviene de este mundo. «Es la tarea que el Señor me ha encomendado entre mi gente y cargo con eso, un deber divino», confesó ayer, día en el que tuvo lugar su 89 cumpleaños. El aniversario fue celebrado con una fiesta en la residencia oficial en la que el homenajeado recibió diversos regalos, entre ellos un rebaño de ganado con tantas cabezas como años cuenta, por parte del jefe del Banco Central, Gideon Gono. Además del aniversario de su dirigente, Zimbabue celebrará el próximo 16 de marzo un referéndum sobre su nueva Constitución y están previstas elecciones generales para el mes de julio.
Tendai Biti, ministro de Finanzas, ha solicitado ayuda de las empresas locales para hacer frente al gasto exigido por la inminente convocatoria aduciendo que la Hacienda Pública se halla en situación de «parálisis». A lo largo de su dilatado mandato, el octogenario dirigente ha conducido al que fue uno de los países más desarrollados de África hasta una situación similar a la de los Estados fallidos. Sin sufrir guerra alguna, el régimen ha convertido un territorio rico en recursos minerales y con grandes recursos turísticos en uno de los más desolados del mundo.
Aunque ahora achaque a Dios las razones de su larga trayectoria, su primera intención al alcanzar el control del Gobierno fue instalar un régimen marxista de partido único que pronto transformó en un sistema democrático sui generis, una dictadura camuflada en la que han imperado la corrupción, la represión y el fraude electoral.
1,6 millones de huérfanos
«El Señor ha querido que seamos zimbabuenses en nuestro país con derechos de propiedad sobre nuestros propios recursos, con capacidad para defender esos derechos de quienes quieren limitarlos», declaró ayer en los fastos por su cumpleaños. Esta manifestación sostiene un proceso denominado de 'indigenización' que dio lugar a la expropiación en 1991 de las granjas de la minoría blanca, impulsoras de la agricultura comercial, y que ha continuado en 2010 con la nacionalización de las firmas extractivas.
La primera requisa enriqueció a la elite cercana a la familia Mugabe, redujo significativamente los ingresos por las exportaciones agrarias y precipitó la ruina económica del país. El boicot internacional y la implicación de Harare en la guerra de Congo también contribuyeron al mayor de los desastres. Zimbabue cuenta con algunos records plenamente surrealistas provocados por la macrocrisis económica de principios del siglo XXI. La hiperinflación en noviembre de 2008 implicaba que los precios se duplicaban cada 24 horas, caos que provocó la salida al exterior de una cuarta parte de la población, profesionalmente bien cualificada.
La creación de un Gobierno de unidad nacional entre el ZANU, la formación de Mugabe, y el MDC, el principal grupo opositor, tras los comicios de 2009, ha proporcionado una cierta estabilidad. La moneda nacional ha dejado paso al uso del rand sudafricano, el euro, la pula de Botsuana y el dólar estadounidense. El país ha entrado en una senda de crecimiento del 5% anual que esconde una realidad social de absoluta devastación. El país se sostiene por las remesas y el apoyo de China, Guinea Ecuatorial y Venezuela, entre otros aliados. Además de la práctica bancarrota pública, el Estado se enfrenta a cifras tan demoledoras como una tasa de paro que ronda el 95% de la población. El 72% de los hogares se halla en la pobreza y una tercera parte sufre grave inseguridad alimentaria. Zimbabue cuenta con 1,6 millones de huérfanos, víctimas de una tasa de sida que afecta al 13,7% de la población adulta. El año pasado, el 82% de los estudiantes de secundaria suspendió los exámenes, lo que el propio ministro de Enseñanza atribuyó al desmantelamiento del sistema educativo y la marcha de miles de profesores.
Pero el desolador balance no arredra a Mugabe, que aspira a renovar su mandato en la próxima convocatoria electoral. En ese intento suma el control de la Policía y las Fuerzas Armadas, del aparato judicial y los medios de comunicación, y la disponibilidad de una milicia política que causó más de doscientos muertos en los anteriores comicios.
El interés de este ferviente católico no radica tan sólo en la necesidad de acatar el designio divino. Su implicación en la venta ilegal de diamantes por valor de unos 2.000 millones de dólares, la responsabilidad en crímenes como la matanza de miles de individuos de la minoría tribal matabele en los años ochenta o la destrucción de casas y mercados en la Operación Murambatsvina del 2005, una medida de saneamiento urbano que despojó a 200.000 personas de su vivienda, podrían acarrearle serios problemas que, posiblemente, no serían justificables por la delegación celestial.