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El Diego Torres de La Isla

Enrique Montiel de Arnáiz
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Ése soy yo (y lo digo a boca llena, ole, ole y ole): el peligro andante, el que como Julius Caesar habla de sí en tercera persona (del singular, eso sí). Me llaman con nombre de farandulero, visitador de ventas y cizañero de fin de semana. Más peligro que una piraña en misa. O lo que sea. Ya me he hartado de esperar, señores. Vivo lo que se dice a dos minutos cuarenta y siete segundos del Hospital Militar de San Carlos de la Real Isla de León, y tardo entre treinta y cuarenta y cinco minutos en llegar al Hospital Universitario Puerta del Mar de Cádiz. Desde que en 2005 la Junta de Andalucía acordara con el Ministerio de Defensa el uso compartido del edificio (dicen que es un Hospital) he ido un par de veces y no creo eso de que está veterado, descuidado, agrietado, ajado y todo lo que termine en-palm-ado. Es un recinto limpio, con amplias estancias, bien pintado, con maquinaria de última generación que seguro ni saben usarla, como la cámara hiperbárica que ha pedido Loaiza se permita usar a los isleños, especialmente a los enfermos de fibromialgia, la enfermedad del descarte.

Pero bueno, a lo que iba. Si piensan en un abogado con mala leche y una katana, sólo hay dos: el que les escribe y Michonne, la protagonista de ‘The Walking Dead’. Y ella no va a urgencias del SAS. Así que lo advierto, cuidadito conmigo y con el buen pueblo de la Isla de León (sin hospital). Me repugna este regateo de mesa de black jack que se están pegando el Ministerio de Defensa y la consejera de Salud: Que si once millones, que si veinte, que si cesión por setenta y cinco años, que si para mí forever porque no interesa echar dinero en corral ajeno. En realidad dice la Junta que la ciudad de San Ferdinandibus, cien mil ‘talegones’, no necesita hospital. Aunque ya lo tenga. Pero bueno, dice, si me lo regalas lo acepto por no hacerte un feo.

Ya no aguanto más, me oís, ni yo ni los otros noventa y nueve mil novecientos noventa y nueve cándidos que estamos hartos de esperas de cuatro horas en las urgencias gaditanas de pediatría y pagar nueve con noventa y nueve en el gadiparking. Así que, queridos políticos, os doy un mes de plazo, avisados quedáis, o de lo contrario sacaré todos los mails. Y los correos electrónicos, también. Esos envíos que tengo que os comprometen. Y no voy de farol -los que me conocéis sabéis que soy campeón mundial de ganar al juego de cartas del mentiroso (ése en el que siempre se gana diciendo la verdad)- así que si tengo que sacar los mensajes privados de contenido erótico entre la consejera María Jesús Montero y el Jefe de la Zona Marítima del Estrecho o las cartas de amor entre Antonio Sanz y Araceli Maese, las mando a Pedrojota. O a la Tubio. La cuestión es amedrentar, como el otro Diego: Ponerme gafitas de listillo y pensar que me voy a librar de entrar al trullo por echar humus encima de la Monarquía. O del pueblo de San Fernando, parte perjudicada en el contencioso hospitalario. Por eso, aunque le sorprenda al Doctor Cubillana que me critique a mí mismo, tengo que advertiros -que no amenazaros- políticos y militares míos, que tenéis un mes para desfacer el entuerto o, como dice mi extremeña esposa: «Vosotros veréis» Firmado (léase arriba).