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Un hombre llora ante el ataúd de uno de los muertos en Quetta. :: EFE
MUNDO

Otra masacre siembra el terror entre los chiíes de Pakistán

Más de 200 muertos en solo dos meses a cargo de radicales suníes que quieren eliminar a la secta minoritaria del país

MIKEL AYESTARAN
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En Quetta, capital del Baluchistán paquistaní, pasaron toda la jornada rescatando cuerpos entre los escombros. Fue un día de luto en el que se sumaron más de ochenta cuerpos tras una explosión registrada el sábado a última hora de la tarde junto a un mercado. Hay también más de 170 heridos y los más graves fueron trasladados por vía aérea a hospitales de Karachi. Es el segundo macroatentado sectario que sufre la ciudad después de que hace un mes otras 91 personas fallecieran y otras 120 resultaran heridas por el ataque de dos suicidas en otra zona de mayoría chií.

Las víctimas de este fin de semana pertenecen en su gran mayoría a la etnia hazara -descendientes de los mongoles, fácilmente distinguibles del resto de paquistaníes por sus ojos achinados y pertenecientes a la secta chií del islam-, que conforma un pequeño porcentaje de la población del país y en la última década se ha convertido en el centro de ataques por parte de los grupos radicales suníes.

En esta ocasión no fue obra de un suicida. El jefe de Policía local, Zubair Mehmood, informó de que el explosivo estaba escondido en un tanque de agua y elevó la cantidad empleada hasta los 800 kilos. Los medios paquistaníes aseguraron que, como en anteriores ocasiones, Lashkar-e-Jhangvi (LeJ) reivindicó el atentado. Es un grupo formado a mediados de los 90 con el objetivo de «limpiar» el país de chiíes. Human Rights Watch (HRW) aseguró en su último informe que al menos 400 chiíes murieron en ataques sectarios el año pasado en Pakistán, y este 2013 puede romper incluso esta marca, ya que son 204 los muertos cuando aún no han transcurrido los dos primeros meses, según los datos recogidos por Al-Yasira.

Un agujero negro

La condena fue unánime, comenzando por el presidente Asif Ali Zardari, pero desde Islamabad siguen siendo incapaces de frenar las matanzas y dar protección a las minorías étnicas y sectarias del país. Mientras la atención y los esfuerzos se centran en las relaciones con Afganistán y el problema con los talibanes, la provincia de Baluchistán es una especie de agujero negro donde a los atentados sectarios hay que sumar las constantes violaciones de los derechos de la minoría baluchi, pueblo repartido entre Pakistán, Afganistán e Irán.

Después del grave atentado de enero, el Ejecutivo central decidió cambiar al gobernador provincial y fortalecer la presencia de las fuerzas de seguridad, pero los hazaras acusan a las autoridades de colaborar con estos ataques y amenazan con lanzar manifestaciones masivas si no se detiene a los autores.