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Benedicto XVI: una política exterior sobria

El papa, en contra de lo que hizo Juan Pablo II, viajó solo lo indispensable

MADRID Actualizado: Guardar
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Contra lo que hizo, y se dice que muy gustosamente, su antecesor Juan Pablo II, el papa Benedicto XVI, que dejará el pontificado el último día de este mes, viajó solo lo indispensable y, visiblemente, dedicó a la política internacional del Vaticano y a su papel en la misma mucho menos tiempo que aquél.

Tal papel es, por imperativo de los tiempos, reducido, solo ocasionalmente decisivo y sin el peso de siglos pasados, por ejemplo el jugado sin tregua durante siglos en el universo de las monarquías cristianas en Europa. Pero su criterio era siempre sopesado, como si fuera un termómetro en algunas latitudes, principalmente en América Latina, donde la Iglesia local (con sus sacerdotes y sus obispos) o en los canales diplomáticos (las Nunciaturas) el papel de Roma ha estado lejos de ser irrelevante en el registro propiamente político.

Un ejemplo perfecto es la conducta de Roma con el régimen comunista en Cuba, donde el arzobispo de La Habana, el cardenal Ortega (proclamado en 1994) es, claramente, un factor clave para entender lo que sucede en la isla y, más aún, lo que puede suceder. El arreglo sutil alcanzado entre las partes (Iglesia y gobierno) no es obra del dimisionario, sino de su antecesor, que sabía mucho -era un polaco hecho sacerdote y obispo en la Polonia comunista y pro-soviética- de cómo desenvolverse en determinadas circunstancias.

En la Venezuela de Hugo Chávez (un cristiano fervoroso, aunque a su modo) más de lo mismo: el arzobispo de Caracas, Jorge Urosa, hecho cardenal en 2006, ha coexistido bien con el régimen y solo muy recientemente, con ocasión de la notable interpretación oficial sobre el problema de la sucesión del líder, gravemente enfermo, ha elevado una voz crítica y se ha alineado más o menos con la interpretación de la oposición liberal-conservadora… pidiendo oraciones al mismo tiempo por la salud del presidente.

Tradición, estabilidad, realismo…

Teólogo de formación, su acceso al papado en 2005 le sobrevino cuando el telón de acero era ya un lejano recuerdo en Europa y la URSS, jurídicamente desaparecida, daba paso a una Federación Rusa en la que volvía a tener un papel estelar la Iglesia ortodoxa, abiertamente protegida de nuevo por el Estado convencido – atinadamente convencido, sobre todo por Boris Yeltsin – de que su cooperación era esencial para la creación del nuevo orden político-institucional y para proveer el aporte de nacionalismo explícito que su presencia avala y es una de las características de la política exterior del nuevo Kremlin.

Estas exhibiciones de pragmático realismo, incluida la aceptación de que será muy difícil alcanzar una reconciliación final con los ortodoxos, fueron también obra de Juan Pablo II, quien, además, dejó lista la reconciliación final con el pueblo judío, una asignatura pendiente que, aunque aún suscita alguna tirantez ocasional a cuenta del porvenir de Jerusalén o el status cristiano en los Santos Lugares, parece inalterable a medio plazo. Ambos visitaron Tierra Santa y cada parte parece entender bien las necesidades y los intereses de la otra.

Otra cuestión es la línea vaticana en la vecindad sirio-libanesa, donde Roma tiene un genuino poder de influencia. En Líbano el arzobispo de Beirut, desde noviembre Beshara Butros al-Rahi, es oficiosamente, aunque técnicamente sea solo un cardenal de la Iglesia, el jefe oficioso de una iglesia nacional en cuanto que patriarca de los maronitas. La visita al país de Benedicto XVI en septiembre del año pasado, fue una apoteosis que le permitió recibir una calurosa recepción de todas las partes en presencia… incluida la muy subrayada del Hezbollah, un partido-milicia musulmán de estricta obediencia shií.

Estos pocos ejemplos, que podrían extenderse a otras latitudes, confirman lo sabido: Benedicto XVI se limitó a mantener las notas esenciales de la diplomacia vaticana: tradición, realismo, estabilidad. Esto incluyó, por mucho que lo lamente el Papa, el pésimo statu quo en China, cuyo gobierno rehúsa por completo aceptar la completa y espontánea libertad de cultos y tiene como su interlocutor religioso a una sedicente Iglesia nacional china que Roma no puede reconocer…

El futuro inmediato

En realidad, el único desafío, si vale decirlo así, fue la gestión por la Santa Sede de los cientos de telegramas diplomáticos de la Santa Sede difundidos en el llamado caso WekiLeaks. Visto lo visto, y así lo escribimos entonces, la Secretaría de Estado (el ministerio vaticano de Exteriores) ni pestañeó. Lo mejor que se recuerda al respecto fue un celebre despacho de algún indocumentado norteamericano que se quejaba, impaciente, de que solo encontraba en la Secretaría hombres mayores, muchos de los cuales no hablaban inglés y, lo que es peor, a veces lo hacían ¡en latín! Alguna sonrisa desdeñosa de los curtidos diplomáticos destinados allí premió la tonta apreciación de quien se enfrentaba a siglos de historia, discreción y sentido del largo plazo.

El titular de la Secretaría era – y es – el cardenal Tarcisio Bertone quien, además de Secretario de Estado desde 2005, es desde hace dos años el cardenal-camarlengo y, por tanto, será una especie de jefe interino del Estado vaticano mientras dure la sede vacante por la celebración del cónclave. Italiano de 78 años, Bertone pasa por ser un arquetipo del oficio y de tener un gusto particular por llevar los asuntos muy directamente (lo de Cuba, por ejemplo, es cosa suya sin duda).

Lo probable, por no decir seguro, es que sea relevado por el próximo Papa, pero sean quien fuere su sucesor y aunque se acepte la posibilidad de que su personalidad y visión podrán influir legítimamente en la gestión política de la Iglesia católica en tanto que poder en la tierra y Estado, se puede aventurar sin grave riesgo que los cambios serán menores, prudentes, paulatinos y realistas. Benedicto XVI fue en esto un pontífice rutinario, como otros muchos, con el aditamento de que, muy claramente, prefirió ser más teólogo que diplomático...