Vallas y policiales impiden ayer que los manifestantes se acerquen al Ministerio de Interior. :: KHALIL / AFP
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Órdago sindical en medio del caos político de Túnez

Continúan las protestas mientras la principal central del país culpa a los islamistas de la violencia que aterroriza a los sectores seculares

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La Unión General de Trabajadores Tunecinos (UGTT) pide paso y llama a la huelga para hoy en todo el país. Un paro general en el día en el que se dará el último adiós a Chukri Belaid, el político de la oposición asesinado cuando salía de su casa en la capital el miércoles a primera hora. El secretario general del principal sindicato de Túnez, Husein al-Abasi, aseguró que esta decisión se tomó tras estudiar «la senda peligrosa en la que ha entrado el país, que amenaza con empujarlo hacia una guerra civil» y responsabilizó al «Gobierno de la propagación de la violencia política y social, de encubrir a los criminales y de no perseguir los crímenes contra la UGTT, los partidos y la sociedad civil».

Un mensaje directo a las conocidas como 'Ligas para la Protección de la Revolución' surgidas tras la caída del régimen y formadas por jóvenes salafistas que aterrorizan a los sectores seculares de la población y a las que el propio Belaid acusó de atacar en repetidas ocasiones a su partido, el Movimiento de los Patriotas Demócratas.

El órdago sindical se produce en mitad del caos político y social generado por el asesinato del abogado y activista de los derechos humanos de 48 años. Las fuerzas del orden tuvieron que emplearse a fondo para dispersar por segundo día consecutivo las manifestaciones frente al Ministerio de Interior en la capital y también en Gafsa, ciudad del sur de donde procedía Belaid y bastión del movimiento sindical por ser la capital de la cuenca minera más importante del país, cerca de la frontera con Argelia.

Ennahda, brazo de los Hermanos Musulmanes en Túnez, se hizo con el poder tras ganar claramente las elecciones de hace 16 meses y está dando pasos contradictorios ante la situación más grave a la que se enfrenta la nación desde el triunfo de la revolución, el 14 de enero de 2011. A última hora del miércoles el primer ministro, Hamdi Jebali, anunció la creación de «un Gobierno de unidad nacional formado por tecnócratas», pero ayer por la mañana el vicepresidente del partido, Abdelhamid Jelasi, desautorizó a Jebali porque «no consultó la opinión de la formación y en Ennahda creemos que lo que se necesita en estos momento es un Gobierno político».

La cuna de la revolución

La rebelión de UGTT y las protestas en Gafsa son avisos serios para los Hermanos Musulmanes, que en 48 horas han visto cómo al menos seis sedes de su partido han sido atacadas. Esta provincia fue la única que tuvo valor de rebelarse durante la dictadura y en 2008 sembró la semilla de lo que en 2011 explotó como la primera de las revueltas árabes tras el suicidio a lo bonzo de Mohamed Boauzizi en Sidi Bouazid.

Hace cinco años, la represión y el silencio informativo dilapidaron el alzamiento de los mineros que estallaron de ira contra el sistema por sus duras condiciones laborales en Gafsa. Este hecho apenas tuvo cobertura mediática, el régimen que abría las puertas al turismo del todo incluido en los hoteles de la costa, cerraba el paso a los medios occidentales y mantenía un férreo control sobre los nacionales.

El Gobierno de Ennahda en Túnez, como ocurre con los Hermanos Musulmanes en Egipto, no ha sido capaz en los últimos meses de ganarse la confianza de los sectores laicos que temen que los islamistas monopolicen la posrevolución. Las urnas les dan el apoyo de la mayoría (Ennahda cuenta con 90 de los 217 escaños de la Cámara), pero su discurso moderado no convence a una oposición que es objeto de los ataques de los sectores islamistas más radicales, sin que las autoridades hayan puesto medidas suficientes para evitarlo.

Después de décadas de represión religiosa y de persecución, el islamismo político es un proyecto en construcción que cuenta con una importante base social, especialmente entre los más desfavorecidos. Túnez y el resto de países de la 'primavera árabe' necesitarán tiempo para tejer la paz social entre las dos caras de sus sociedades.