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La pesadilla que vuelve

Luis Bárcenas es un hombre temido en el PP porque atesora los conocimientos de tres décadas a cargo de las finanzas del partido

R. GORRIARÁN / P. GARCÍA
MADRIDActualizado:

Luis Bárcenas vuelve, aunque en realidad nunca se fue, y en el PP hacen de nuevo control de daños. La pesadilla que supuso lograr su dimisión en 2010 al socaire del 'caso Gürtel' regresa y esta vez con una mochila de 47 millones a sus espaldas. Nadie sabe hasta dónde va a salpicar la ola. Muchos hacen memoria de sus relaciones con aquel efímero tesorero, que solo ocupó el puesto veintidos meses aunque parece que hubiera estado toda la vida a cargo de la caja. Otros, con la audacia que da el desconocimiento, rechazan los consejos de templar gaitas y buscan el enemigo fuera de casa. El caso es que el PP, lo reconocen del primero al último, tiene un problema.

Que era un hombre poderoso dentro del partido sin tener peso político queda acreditado con el hecho de que después de haber dimitido y renunciado a la militancia, mantuvo durante meses su despacho y sus archivos en la sede nacional del PP en la calle Génova, por la que paseaba como Pedro por su casa. Después de defender a capa y espada durante un año largo a Bárcenas, Rajoy, pero sobre todo la secretaria general, forzaron su salida ante las apabullantes evidencias de sus vínculos con la trama corrupta de Francisco Correa. Antes de irse amenazó con airear ciertos trapos sucios, un terreno que conoce a la perfección. No en vano, estuvo durante casi tres décadas al tanto de los números y las cuentas populares. Su gran patinazo fue enredarse, sabiendo lo que hacía, con aquel agente turístico con sueños de grandeza. Las desorbitadas facturas de Correa por viajes, organización de actos, giras políticas o infraestructuras electorales motivaban airadas protestas de algunos dirigentes, pero Bárcenas, primero como gerente y después como tesorero, ordenaba el abono sin rechistar. Sabía lo que pagaba y, sobre todo, lo que costaban aquellos servicios. La que pasaba con la diferencia aún no tiene verdad judicial.

De su indudable poder se desprendía también temor. No por su personalidad. Es un hombre correcto y educado, según quienes han tratado con él. Era temido por su control de las finanzas y la capacidad de influencia en las altas esferas de la organización. No era inteligente estar a malas con él. De hecho, casi nadie entre los dirigentes de primer nivel del PP, salvo Dolores de Cospedal, plantó cara al veterano cancerbero de la caja. Tampoco ahora le regalan lisonjas. Predomina el silencio.

Los dirigentes populares se hacen cruces ahora con lo que vaya a hacer el exresponsable de finanzas. Las amenazas de chantaje de hace tres años no surtieron efecto. Claro que Bárcenas no tuvo que verse en el trance de declarar ante el juez. Estuvo imputado en el Supremo, pero el Tribunal Superior de Madrid levantó la imputación. Ahora tendrá que subir la escalinata de la Audiencia Nacional.

Algo tiene el cargo de tesorero en el PP. Nombres que deberían estar condenados al anonimato cobraron una inusitada relevancia pública. Ángel Sanchís y Rosendo Naseiro se vieron envueltos en el caso de financiación irregular del partido bautizado con el nombre del segundo. Hubo una etapa sin turbulencias con Álvaro Lapuerta, escogido por José María Aznar, entre otras razones, por su desahogada posición económica. Pero las aguas volvieron a revolverse con Bárcenas, conocedor, antes como gerente que como tesorero, de los secretos de las finanzas del PP bajo las presidencias de Manuel Fraga, Antonio Hernández Mancha, Aznar y Rajoy, y con secretarios generales como Alberto Ruiz-Gallardón, Francisco Álvarez Cascos, Ángel Acebes y Javier Arenas. Todos pasaron y él, con sus números, se quedó en el edificio de la calle Génova.

Nada que temer

Rajoy dice que está tranquilo, que no tiene nada que temer, que el dinero de las cuentas suizas no pertenece al PP y mucho menos procede de financiación irregular del partido. Pero no todos comparten ese sosiego. Saben que el extesorero, si no recibe, como exigió en 2010, garantías de un buen trato judicial, puede dar rienda suelta al memorial de agravios y lanzar, ciertas o falsas, acusaciones a diestro y siniestro. Una tormenta que para el PP, igual que para el resto de partidos, puede tener consecuencias impredecibles.

Paradójico viniendo de alguien que hasta hace cuatro años era un tipo tan discreto y huidizo que apenas existía. En su pueblo natal, Calañas (Huelva), no sabían nada de él. «Dicen que nació aquí, pero nadie lo conoce. Ni a él ni a su familia», aseguran varios vecinos del lugar. Estudió Ciencias Empresariales en la Universidad Pontificia de Comillas (Icade) de Madrid, donde trabó amistad con Luis Fraga Egusquiaguirre, un bilbaíno algo más joven que él, sobrino del ya desaparecido fundador de AP. Con Fraga compartió desde entonces clases, aventuras políticas, lecturas -ambos eran devotos de Joseph Conrad y Jack London- y, sobre todo, montaña. Mucha montaña. Los dos amigos no se contentaban con ir de excursión los fines de semana por la sierra madrileña; ellos buscaban la adrenalina de la pared vertical.

En 1987, Fraga y Bárcenas organizaron, con el apoyo de las cajas de ahorro confederadas, una expedición que trataba de abrir una nueva vía en el Everest. Le gusta mucho practicar "heliski", un deporte extremo que consiste en subir con helicóptero a una cima y lanzarse desde allá con los esquíes puestos. Su pasión por el alpinismo contrasta con su imagen pública. Devoto de los trajes de corte clásico, su silueta de dandi trasnochado, siempre impoluto, sin una arruga, con el pelo empapado en gomina, generaba suspicacias incluso entre sus compañeros de juventud, que lo veían como la quintaesencia del pijo madrileño. Sin embargo, quizá eso le ayudara a ganarse la confianza de los grandes veteranos del partido, que pronto cayeron enamorados de su seriedad y de su discreción.