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Suavizar el lenguaje

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La riqueza de un lenguaje permite nombrar cada cosa de manera singular. La belleza de una gramática nos lleva a construir frases complejas en las que expresamos ideas enredadas, sentimientos, pareceres, incluso teorías que han cambiado el curso de la humanidad o hipótesis que nos alientan hacia un futuro mejor. La grandeza de un idioma nos sirve para comunicarnos, encantarnos, relacionarnos, amarnos, embobarnos, odiarnos, deleitarnos, seducirnos, entusiasmarnos.

A veces el lenguaje, no porque lo desee, ya que él no tiene pudor en llamar al ‘pan pan y al vino vino’, sino por el uso que se hace de manera interesada de él, intenta suavizar de manera fraudulenta la dura realidad.

La premio Nóbel rumana Herta Müller, en su libro ‘Hambre y seda’ nos plantea cómo una palabra dura se puede convertir en un término cotidiano a fuerza de suavizarla. El nombre de extranjero es una palabra sin tapujos, es tan neutra y, al mismo tiempo, tan tendenciosa como el tono de cada voz al pronunciarla. Con notificar podemos parafrasear el término inequívoco de denunciar. Él que tiene la posibilidad del uso del lenguaje desde una tribuna puede suavizarlo a su antojo, esto lo hace con una sola finalidad, la de proteger su conciencia. De manera sibilina intenta disfrazar la realidad hasta llevarla a un entorno que le sea propicio a sus intereses. Casi siempre lo logra, ya que el lenguaje permite múltiples formas de apreciar una misma realidad, aunque una sóla sea la verdadera.

Términos tan de uso cotidiano como parado ha pasado a convertirse en persona desempleada. El concepto de despido, da igual que sea procedente o nulo de derecho, ha pasado a denominarse expediente de regulación de empleo. En plena crisis en la que estamos, a la recesión que nos persigue, quién sabe desde cuando, se la nombra como crecimiento negativo. Los recortes en derechos constitucionales se los conoce como meras operaciones de ajustes presupuestarios. La venta de los activos públicos, esos que pasan a manos privadas en procesos nada claro de privatización, se llaman ahora externalización de la gestión. Los desmantelamientos de servicios públicos son conocidos como meras reformas estructurales. La imputación de los políticos es el disfraz de la presunción de inocencia. La explotación laboral, con bajada de salarios, con jornadas de trabajo que ya no se recordaban, se denominan ahora trabajo por objetivos, que se camufla en los términos de competitividad y eficiencia. El tan manido rescate de la banca por el perverso expolio de la ciudadanía. Las estafas tienen mucho de parecido con las participaciones preferentes, esas que se han comido los ahorros de toda una vida de miles de pensionistas. El indulto es la manera políticamente interesada de pasar por encima del tercer poder del Estado. Los paraísos fiscales, que son muchos en esta rancia y vetusta Europa, por infiernos de los contribuyente de a píe. El nuevo modelo económico, al amparo de teorías de libre mercado, ha pasado a denominarse Condena Social. La lengua es nuestro bien más preciado, sin ella seriamos individuos anónimos y anodinos sin la herramienta más golosa que sirve para transmitir conocimientos y pasiones. ¿Se imaginan un mundo sin palabras, inundado de signos, señales e imágenes, pero sin el fervor y aliento del sonido silábico? Una imagen no vale más que mil palabras, pero siempre que éstas sean al natural, sin aderezos ni torticeros intereses.