Los excesos de las estrellas
Las memorias de la guionista Frederica Sagor Maas desvelan el lado más perverso del Hollywood de los años 20
MADRID. Actualizado: Guardar«La industria del cine era una bacanal. El maestro de ceremonias era mi depravado amigo Edmund Golding -director de 'Grand Hotel'-, con Marshall Neilan, otro director, siguiéndole de cerca. Estos dos hombres iniciaron a más mujeres y hombres jóvenes en prácticas sexuales perversas de las que se puedan imaginar. La zanahoria que ofrecían era la promesa de una prueba o un buen papel».
Así era aquel perverso Hollywood que despertaba al cine sonoro y que Frederica Sagor Maas conoció muy bien como guionista en estudios como la Universal o la Metro (MGM). Ese Hollywood que la autora, que murió el 5 de enero de 2012 con ¡112 años!, descubre en sus memorias, que ahora se publican en España con el título de 'La escandalosa señorita Pilgrim'.
Ni siquiera tras el escándalo que acabó con la carrera de uno de los actores más famosos de la época, el cómico Fatty Arbuckle -denunciado por causarle la muerte a una joven actriz tras violarla con una botella, acusación de la que fue absuelto-, bajaron el listón las sonadas y salvajes fiestas que directores, productores y estrellas daban en hoteles y mansiones.
Sagor Maas recuerda aquella vez en la que fue invitada por Clara Bow, la primera 'It Girl' famosa tanto por sus papeles en el cine mudo como por su fama de 'devorahombres' que, sin embargo, no fue más que «una cría hambrienta de amor» que estaba obsesionada con el sexo.
«De aquella fiesta, además de ver a todo el mundo borracho, solo recuerdo a Clara sobre una mesa, quitándose la ropa y bailando desnuda ante los gritos entusiastas de su audiencia», escribe la autora.
Orgías, cenas en las que se contrataban a 'starlets' y bailarinas para que hicieran compañía a los hombres que acudían solos, bungalows reservados para 'travesuras', mujeres corriendo desnudas perseguidas por jaurías masculinas y siempre mucho alcohol eran las notas destacadas de aquellas bacanales en la meca del cine.
Así nace una estrella
La típica historia sobre una pobre chica que llega a la gran ciudad a cumplir sus sueños de actriz se veía empañada muchas veces por la obsesión de llegar a ser una estrella.
En ese camino, muchas inocentes se perdían, como le sucedió a Sally O'Neill -protagonista de 'La huerfanita', de John Ford-. Virgen y guapa, la joven no fue más que un capricho para el cineasta Marshall Neilan. Para cuando este la abandonó, se había convertido en una veinteañera alcoholizada y consumidora de narcóticos que fue incapaz de adaptarse al cine sonoro.
Otras tuvieron más suerte. Cuando Joan Crawford no era más que una simple aspirante a la ristra de 'starlets' de la MGM aún se llamaba Lucille LeSueur, y poco o nada tenía que ver con la actriz que vemos en películas e imágenes de la época.
«Era una tipa que mascaba chicle, muy maquillada, con la falda hasta el ombligo, el pelo rizado y en desorden. Un putón claramente», cuenta la guionista en sus memorias.
Pero esta solitaria que no hacía amigos fácilmente estaba decidida a convertirse en una de las grandes.
«Me han puesto un nuevo nombre. A partir de ahora voy a ser Joan Crawford. Me gusta como vistes, como una dama. Tengo que ir bien vestida. Elegante. He pensado que me puedes ayudar». Con estas palabras pidió ayuda la actriz a Sagor Maas, y así fue como su guardarropa cambió aquellas ropas chillonas por trajes a medida, colores uniformes y joyas sobrias.
Además, estudió francés, dicción, fue a clases de baile, leía buenos libros y usaba un diccionario y todo con la férrea voluntad que le ponía a cualquier tarea que la ayudara en su carrera hacia la fama. Para cuando la Crawford se convirtió en una estrella se había transformado en una verdadera dama capaz de conquistar a hombres como su marido Douglas Fairbanks Jr, educados y sofisticados.
Así, entre trapos sucios, experiencias vitales y crónicas picantes las memorias de Sagor Maas revelan que el material del que están hechos los sueños no reluce tanto como a veces creemos.