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Tribuna

Clase política y corrupción

HÉCTOR J. LAGIER
SECRETARIO PROVINCIAL DEL PA EN CÁDIZActualizado:

En los años de la dictadura estar activamente en contra del régimen franquista era una decisión que podía tener nefastas consecuencias para quien optara por ella. Los políticos de la transición eran personas que, en un buen número, sobre todo los que militaban en partidos de izquierda, estaban altamente comprometidos con la «res publica», con la democracia, con la defensa de las libertades, colectivas e individuales. Estamos hablando, generalmente, de profesionales, intelectuales u obreros cualificados con un alto nivel de responsabilidad y de civismo. Ellos construyeron la democracia que ahora disfrutamos y realizaron una transición que, más bien que mal, consiguió ser un ejemplo de evolución pacífica del totalitarismo a la libertad.

Sin embargo, y desgraciadamente, la democracia española y andaluza se ha deteriorado a velocidades exorbitantes; esa generación de políticos de la transición, o se ha retirado de la primera línea de la vida pública o se ha corrompido poco a poco hasta renegar de sus ideales. La degeneración de la clase política ha sido terrible y nos ha llevado a la situación actual. Hace treinta y cinco años la política era una dedicación altamente reconocida, ahora es una profesión de 'sinvergüenzas odiados por la ciudadanía'.

Todo empezó en la era 'felipista'. Los casos Filesa, Roldán, Juan Guerra, fondos reservados, etc. continuaron con los escándalos de la autonomías del PP: casos Gürtel / Camps o Matas, entre otros, que afectaron a las comunidades de Valencia, Madrid y Baleares. Por medio, cientos de casos de corrupción político / urbanística desparramados por todo el litoral español y andaluz, con el caso Marbella como el paradigma de la vergüenza más absoluta. Ahora seguimos asistiendo al espectáculo con el caso Bárcenas y los sobresueldos de los dirigentes del PP.

La ciudadanía asiste atónita e impertérrita, por ahora, a unos casos de degradación que nos hunden en la más absoluta de las miserias. Todo ello cuando estamos sumidos en la crisis perfecta que nos está hundiendo en el más insondable de los abismos abisales.

Con todo esto es normal que los políticos y los partidos políticos seamos percibidos como un grave problema para el conjunto de la sociedad; mientras se exigen sacrificios imposibles a la gente una casta de privilegiados sobrevuela la crisis como si fuera algo externo y que no le afecta. Desgraciadamente, el caldo de cultivo para graves disturbios sociales está servido, lo sorprendente, afortunadamente, es que la madurez de la sociedad evite estallidos que traerían graves consecuencias.

Pero no nos equivoquemos, cualquier forma de gobierno lleva implícita la posibilidad de corrupción, es más, cualquier forma de convivencia humana lleva implícita esa posibilidad. Dentro de la formas de gobierno, las dictatoriales u oligárquicas implican corrupción en estado sumo; la democracia, mientras no se demuestre lo contrario, es la mejor forma de gobierno, aunque el riesgo de corrupción está vigente. Desafortunadamente en nuestro Estado los niveles de degradación y de depredación de la clase política han llegado ya a un nivel intolerable para la sociedad. Analicemos el porqué de ello.

Los partidos políticos carecen de control financiero suficiente, su opacidad es un grave problema que crea el germen de contabilidades nefastas y sus sistemas de financiación tienen graves carencias. En España, este esquema provoca la degradación de los partidos y la clase política. Existen otras modalidades, por ejemplo, en Francia, donde el Estado articula una financiación pública hipercontrolada que también provoca unas campañas electorales comedidas y no despilfarradoras. En EE UU, el sistema utiliza financiación privada transparente. Aún así, en ambos casos se producen periódicamente casos que saltan a la luz pública. En nuestro Estado el sistema de financiación es premeditadamente oscuro y desregularizado.

Tampoco contribuye a la ética de los partidos y sus dirigentes una estructura de partidos poco transparente, antidemocrática y anquilosada que lleva, casi inevitablemente, a que aquellos que llegan a sus cúspides, en su gran mayoría, no sean los más preparados o 'limpios de espíritu', sino los que más se amoldan a unas estructuras viciadas y al forcejeo continuo de micro sociedades corroídas durante años.

Para evitar este terrible desaguisado necesitaremos varias iniciativas:

- Una ley de transparencia que de facultades para que el Tribunal de Cuentas pueda entrar hasta el fondo en la contabilidad y la financiación de los partidos.

- Dotar de más medios a la Fiscalía Anticorrupción y agravar las penas y la legislación para este tipo de casos.

-Democratizar los partidos y el sistema electoral, con Listas abiertas, revocabilidad de los cargos, colegialidad, radical democracia y limitación de mandatos, entre otras medidas.

Y, por último, que la ciudadanía esté a la altura de las circunstancias: tan corrupto es el que utiliza artes ilícitas e ilegales para su enriquecimiento como el que lo soporta con su voto. La sociedad española y andaluza han sido demasiado tolerantes con este tipo de actitudes. Ahora nos quejamos pero en nuestro voto esta el arma definitiva para desalojar a muchos indeseables del poder político- administrativo.

Los andalucistas estamos convencidos de que sólo desde la ética y desde la apertura y democratización de los actores políticos se puede contribuir al bien común. En ello estamos, en luchar contra los corruptos y en dignificar la política como compromiso con nuestro entorno, con nuestra gente y nuestra tierra.