Poder sí, pero menos
La legendaria capacidad de acción del presidente ya solo es ilimitada en la ficción del cine y la literatura
Actualizado: GuardarLa simbología de la jura presidencial norteamericana siempre tiene una vinculación con el poder. Es como una solemne alegoría del poder democrático, más o menos folclorista y muy al estilo del 'todo americano' que inaugura un nuevo mandato presidencial. Sí, el nuevo mandato del que se dice el hombre más poderoso del mundo, aunque en el fondo no lo sea porque ya de partida su poder está siempre cercenado por un férreo sistema de controles y de equilibrios constitucionales, verdadero contrapeso democrático para el ejercicio político.
Un poder elevado a la categoría del mito, en todo caso, que se glorifica con las veintiún salvas o con ese himno, 'Hail to the Chief', que musicalmente reviste de pompa el liderazgo sobre esa gran nación que es a la vez tierra de promisión y paraíso terrenal. Un poder temporal de una o dos legislaturas -aunque Franklin D. Roosevelt lo desempeñara extensivamente durante cuatro mandatos- y más que nada un poder limitado ahora por la influencia de otros muchos poderes, permanentes y ocasionales.
Permanentes como la influencia legislativa de las mayorías representativas que dominan las cámaras en Capitol Hill o como la de los 'lobbies' y los organismos federales que miran después de la jura el desfile y el paseo presidencial desde las ventanas de los edificios de Pennsylvania Avenue, la de los petroleros tejanos que contemplan la retransmisión televisiva bebiendo té con limón y hielo en un Country Club de Dallas, o la de los ejecutivos de Wall Street que aprovechan la jura para hacer ejercicio en un 'raquet club' del bajo Manhattan.
Es decir, un poder que ya solo es omnímodo en la ficción del cine y la literatura, porque en la realidad de la política cotidiana se ve sometido no solo a la presión de las cámaras y a la fuerte polarización ideológica de la sociedad norteamericana, sino también al equilibrio introducido de forma creciente por esas nuevas potencias emergentes que han ido minando la primacía norteamericana en el orden económico internacional.
El 'Yes, we can' de Obama, su ambicioso programa de reformas con eslogan publicitario y electoral en la primera campaña, no parece que vaya a reflejar en su segundo mandato el viejo poderío presidencial con sede en la Casa Blanca, ahora más bien un liderazgo de equilibrio entre esa dicotomía ya no tan izquierdas-derechas, sino más bien como diría el mismísimo Gore Vidal- una sutil diferencia entre conservadores con ínfulas de liberales -los demócratas- y reaccionarios con aura mesiánica -los republicanos-.