opinión

Un ADN para el fracaso

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Cuando se conocieron los últimos y numerosos escándalos sobre el cobro de comisiones en la vida política, que no desgranaré porque no caben en esta columna y además me dan vergüenza, un compañero apuntó que esto no era de extrañar, que lo del dinero negro o B (que suena mejor) siempre ha estado entre nosotros, que está en nuestro ADN. Y esto me dio en qué pensar. Cuando vamos a una farmacia y no nos dan ticket de compra, y no nos escandalizamos;cuando un fontanero nos propone que le paguemos con o sin IVA, y no lo denunciamos; cuando nos ofrecen un sobresueldo en metálico, fuera de nómina (que a mí nunca me pasó) y lo aceptamos alegremente. Es cierto, lo llevamos en el ADN, aunque no a los niveles de desvergüenza que estamos viendo últimamente, aunque también es cierto que cada uno peca dónde y cómo puede, y que según sea la liga en la que juegues, así cobrarás la primas. Y debe ser que compartimos este ADN con nuestros vecinos culturales los italianos. Cada vez me veo más cerca de ellos, con la salvedad de que aquí aún no tenemos un Berlusconi. Los servicios de basuras en el sur de Italia están en manos de las mafias y los nuestros, como otros servicios públicos están gestionados a las empresas filiales de grandes constructoras que concursaban para conseguirlos en épocas del estallido inmobiliario para blanquear dinero:la mafia. Pero aún, si hablamos de la baja productividad, esto sí que está en nuestro ADN mediterráneo. O esto quiero pensar. Porque si no, no sé cómo explicar que en ninguna empresa que conozca se premie la eficacia y la buena gestión. Uno de los debates que asoló la crisis fue el de la productividad y el rendimiento en el trabajo. Normal, ya apenas hay nada que discutir. Pero en las empresas que aún permanecen en pie se perdió de vista este objetivo vital para la salud económica de un país y se ha sustituido por un ‘sálvese quien pueda’. A los empresarios, ni se les ve, y muchos empleados han caído en la desidia, escurriendo el bulto hasta que el peso del trabajo recae sobre el más ‘pringao’, porque de todas formas cumplir con nuestro deber no nos va a servir de nada, piensan. Qué ADN tan chungo.