Cola ante una oficina de empleo.
Economia

PRONÓSTICO CAMBIANTE

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Llevamos varias semanas empeñados en dirimir si el cambio operado en el horizonte económico responde al inicio de la salida de la crisis o es un fenómeno pasajero y trivial. Los organismos internacionales se han sumado esta semana a la disputa. Allí donde el Banco Mundial ve contracción general y crecimiento nulo o negativo, el Banco Central Europeo ve esperanzas de reactivación, al menos en la segunda parte del año. ¿Qué podemos decir al respecto? Pues, en lo que respecta a España, hace falta ser muy ingrato o estar ciego de ira partidista para no reconocer los numerosos logros obtenidos por este Gobierno en materia económica. Ha hecho varias cosas -algunas sencillas y otras que no debían serlo tanto, pues llevaban años sin encontrar remedio a sus penas- que se resumen perfectamente en una vuelta a la confianza en la economía española, que está posibilitando una financiación fluida a unos costes todavía elevados, pero sensiblemente menores que los pagados durante el últimos año y medio, y con la presencia creciente de entidades extranjeras entre los inversores.

Probablemente, el hecho más meritorio, esperado y necesario es el encauzamiento del problema bancario, sin cuya solución no es posible arreglar nada. El panorama era desolador, contrariamente a lo que se decía y a lo que nos habíamos creído. Teníamos una pléyade de entidades minúsculas, mal dirigidas, con una exagerada influencia política, con planteamientos poco racionales y en exceso localistas, que se obnubilaron con el 'boom' inmobiliario, se endeudaron por encima de lo tolerable y muy por encima de lo prudente, con unos balances agujereados por una morosidad rampante y unas catastróficas pérdidas de valoración. Un drama.

Rajoy y De Guindos supieron enderezar el aspecto político y abolir el monopolio existente y la presión asfixiante de los poderes locales. Es muy fácil de decir y parecía evidente, pero nadie lo había hecho antes. Quizá porque nadie lo había intentado antes. Luego obligaron a las cajas a fusionarse para ganar tamaño. Pero la unión de un agujero con otro agujero no da una montaña. Da como resultado un socavón. Así que hubo más remedio que inyectar ingentes cantidades de dinero para allanar el patio financiero. Un dinero que no teníamos y que tuvimos que pedir fuera, en medio de la incomprensión general.

Con los Presupuestos han hecho un trabajo mucho más impactante e importante desde el punto de vista cualitativo que desde el cuantitativo. Si miramos a la calle, veremos las aceras incendiadas por el clamor popular y la ira ciudadana contra cualquier intento, no ya de recortar gastos, sino también de mejorar eficacias y de racionalizar gastos. Pero, si nos fijamos en los números, comprobaremos que los gastos se sitúan más de 100.000 millones por encima de los ingresos.

Pero si bien es miope o interesado el no reconocer los esfuerzos gubernamentales, conformarse con los logros obtenidos es pacato y melindroso porque enseguida aparecen los primeros fallos. La estructura del Estado continúa siendo una carga pesada sobre los hombros del país. A pesar del alboroto que rodea a ambos sectores, no ha conseguido racionalizar la sanidad ni mejorar la educación, dos áreas donde la necesidad de afrontar las reformas es enorme. Tan enorme al menos como las resistencias corporativas y los aprioris ideológicos que se oponen a su solución. Y tampoco ha conseguido adelgazar la maraña administrativa del Estado, que agobia y entorpece más que ayuda e impulsa.

El Gobierno ha subido los impuestos, con apreciable equidad, pero ha trabajado muy poco en el aumento de la base imponible. Las medidas de reactivación brillan por su ausencia y el apoyo al emprendizaje es minúsculo. Y aquí reside el reto del futuro. Mejora la vertiente macro, pero la micro, la vida de las personas y de las empresas, es un espanto. Con menos de 17 millones de cotizantes, de los cuales casi tres son funcionarios o empleados públicos, y con más de cinco millones de parados y poco menos de ocho de pensionistas, este país es inviable. Tan duro como cierto.

De ahí que el gran reto de la segunda parte de esta legislatura consista en liberalizar los sectores regulados para ganar competitividad, simplificar los trámites administrativos que encorsetan las pocas iniciativas que surgen, dirigir la fiscalidad hacia el aumento de la actividad productiva y encontrar la fórmula milagrosa que permita generar actividad sin romper el equilibrio presupuestario. Porque el Gobierno no debería abrigar dudas de que el balance de su actuación se hará sobre el nivel de paro que refleje el Inem y no sobre la prima de riesgo que establezcan los mercados.