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Cautivos virtuales

JESÚS MACHUCA
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El lunes supimos de una ciudadana belga que, con la excusa de ir a recoger a una pasajera a la estación de tren y mal guiada por su navegador, atravesó cinco países desde Bruselas hasta Zagreb. Su comportamiento asombró por llevar hasta el límite la confianza creciente que otorgamos al mundo virtual en perjuicio de nuestra capacidad de discernimiento.

Ya es posible recorrer una ciudad a pie sólo con la ayuda de una aplicación instalada en el teléfono que nos dice a cada paso dónde estamos y nos muestra la ruta hasta nuestro destino, gracias a una conexión con el Sistema Global de Posición (GPS). No es preciso dirigirse a nadie, se hable o no el idioma del lugar al que se viaja.

De la misma manera, nuestros amigos tienen más presencia en la pantalla de Facebook que los reales con los que tanto nos cuesta quedar. No son sólo las películas, la música, las fotos y los libros los que una vez adquirida una existencia digital se virtualizan, sino que van más allá. Muertas las fotos de papel, las digitales, urgidas por la soledad, tendrán sentido si se comparten y comentan inmediatamente con nuestros contactos.

El teléfono tiembla a cada minuto. La experiencia directa que nos daban los sentidos se ha metamorfoseado en la que nos dan los ojos pasados por una pantalla transmisora. Parece todo un síntoma que en plena crisis, España sea uno de los países con mayor tasa de usuarios de los costosos teléfonos inteligentes, los que dan cuenta en tiempo real de cada evento y cambio de estado en nuestras vidas.

Esta realidad virtual es leve y ansiosa. Lo que pierde en materia, gana en presencia y es tan expansiva como un universo recién nacido. Pero puede ocurrir que el sistema se trabe, que sin nosotros saberlo alguien simule ser uno de nuestros contactos invisibles; que terminemos por desarrollar la ceguera ante la realidad si no media una pantalla; que nos hagan circular por una calle porque alguien la patrocina. Entonces, ya, habría que parar a preguntarse ¿sigo un camino correcto? ¿Por qué reenvío una noticia sin saber si es cierta? ¿Hago bien en compartir mi intimidad con tantos? Y si dudamos de la calculadora, ¿Sabremos sumar con papel y lápiz?