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«Lo hice para alimentar a mis hijas»

La joven que compró comida y pañales con una tarjeta perdida hace cinco años implora el indulto tras reconocer estar muy arrepentida

FERNANDO MIÑANA
REQUENAActualizado:

Montse se endulza la vida a golpe de golosina, con una nube sonrosada que achicharra prendiendo el mechero de su madre. Su madre es Emilia Soria, una joven de 27 años que hace cinco cometió un delito para poder alimentar a sus dos hijas. Pasado ese tiempo, confiada ya en que su error quedaría sin castigo, cayó en las garras de la justicia. Y, si no prospera el último recurso presentado, ingresará en prisión dentro de 20 días.

La pequeña Montse, con la inocencia de sus siete añitos, no se enteró hasta ayer de la tragedia de su madre. Cuando vio su rostro en la televisión, se giró hacia su tía Eva y le preguntó por lo que estaba sucediendo. Unas semanas antes fue Katy, la mayor, nueve años, quien, harta de ver llorar a su mamá, también exigió respuestas.

Emilia se las dio. Y Katy, tras el llanto, buscó esos ojos duros que brillan bajo la cortina de su flequillo y le lanzó una pregunta, la primera angustia que le vino a la cabeza. «Mamá, ¿y allí en la cárcel te podrás duchar?». Emilia le pasó la mano por la cabeza y la tranquilizó. «Pues claro, hija, claro que me podré duchar».

La espalda de esta joven requenense aún soporta otro peso más, otra niña, la menor, Samira, de dos años y medio, ajena aún a la corriente que arrastra a su madre. Emilia todavía se mantiene firme. No le cae una lágrima. No balbucea. No rabia. Al menos en público. Sólo se rasca sin cesar. «Yo no sé si es de los nervios o de qué, pero me pica todo el cuerpo. Me han salido unas habas enormes».

Emilia sufre por ella. Pero sobre todo por sus tres niñas. Tres hermanas de tres padres diferentes, los tres hombres que han pasado por la historia de esta chica a quien la vida ha llenado de cornadas. «El primero, con el que empecé con 14 años, era alcohólico y me pegó mucho. Ahora tiene una orden de alejamiento. Con el segundo duré seis años. Hasta que dejé de quererle. Era gitano y por eso nadie le daba trabajo aquí en Requena. Y el tercero, con el que me casé, ya está conmigo cinco años». Ninguno le pasa una pensión. Y su actual pareja está en el paro. Así que la familia malvive de los 426 euros que ingresa Emilia. De eso y de las mil manos que le echa su hermana, Eva, otra vida intensa, 37 años que han dado mucho de sí, como cinco hijos y dos nietos. «Si mi hermana entra en la cárcel no sé cómo lo haré, pero sus hijas no acabarán en un centro».

Lo intentó dos veces

Toda esta angustia es la consecuencia de un mal tropiezo. Emilia se encontró una cartera en el recinto ferial el 24 de mayo de 2007. Cogió la tarjeta de crédito y el DNI y se marchó de Requena a Utiel -«en mi pueblo me conoce todo el mundo», aclara-, entró en el Consum y cargó el carro hasta los topes de comida y pañales para las dos hijas que tenía entonces. «Robé para alimentar a mis hijas. Llevaba tres años sin encontrar trabajo y lo hice por necesidad, no tenía comida para ellas».

La cajera no contrastó los datos, pasó la tarjeta y le entregó una cuenta de 190 euros. Le pareció tan fácil que reincidió. «Pero la otra cajera sí comprobó el DNI y me pilló. La Guardia Civil vino a mi casa y me llevó a declarar. Lo reconocí todo. Me tomaron declaración y nunca más supe de ellos. Hasta hace nueve meses». Emilia se desespera porque se creía a salvo. Y porque no entiende el argumento del juez. «Dicen que no vinieron en cinco años porque no me encontraban. ¡Pero si no me he movido de Requena desde que nací!». Aunque reconoce su culpa las veces que haga falta. «Sé que me equivoque. Lo hice por necesidad, pero sé que no hice bien. No he vuelto a cometer ningún delito. Y eso que hace dos años me encontré otra cartera, pero no quise ni abrirla. La cogí y se la entregué a la Guardia Civil».

La suma de las dos penas (un año y diez meses, por un lado, y seis meses, por otro) supera los dos años y por eso debe ingresar en prisión. «Pero cambié los seis meses de la segunda pena por seis meses de trabajos sociales y entonces pensaba que me había librado. Pero ahora dicen que no, que no me descuentan los seis meses. Si entro en prisión tendrán que separar a mis tres hijas y yo cometí un delito por necesidad, para alimentarlas, por eso he pedido el indulto. Mis vecinos me apoyan, y mis compañeros de trabajo, toda Requena me apoya. Mañana iré al Ayuntamiento a ver si hacen algo por mí».

El Ayuntamiento de Requena escurrió el bulto ayer ante este periódico. Ni el alcalde ni la concejala quisieron dar su opinión sobre el asunto que adelantó ayer Las Provincias. «Algo tengo que hacer. Si me quedo llorando en casa seguro que no consigo nada», explica Emilia, quien no entiende que sus servicios sociales no hayan servido para nada. Todos los días se levanta a las cinco y media para estar a las seis de la mañana barriendo en las aldeas que hay alrededor de Requena. Hasta las 13 horas. «A las seis, cuando bajó por la avenida, hace un frío que pela. Pero no importa. Lo hago por mis hijas, para no tener que separarlas. Por eso pido a la justicia que me entienda».

Nunca ha hablado con la propietaria de la tarjeta, pero está convencida de que no la condenaría. «Yo creo que cuando haya visto mi situación dirá: 'Joder, cómo se han pasado'». Ahora le toca esperar. Y pasar las noches durmiendo junto a su hija Montse, que finge mearse en la cama para pasar a la de su madre. Aunque la casa es de su padre. «Él me apoya. Como siempre hacemos los padres con los hijos».