«Aquí el Estado no existe»
El sacerdote Jaime Moreno, residente en la capital centroafricana, advierte del riesgo de que el levantamiento rebelde se convierta en un conflicto interétnico
Actualizado: GuardarLa Navidad pasó de largo por Bangui y el reciente reemplazo de año tampoco se ha celebrado en la capital de la República Centroafricana. Sus habitantes viven el flamante 2013 con la misma zozobra que los angustió durante los últimos días de diciembre, cuando las tropas rebeldes parecían dispuestas a tomarla por las armas. No obstante, la esperanza ha ganado algunos enteros a lo largo de la pasada semana, alimentada por la llegada de cientos de militares extranjeros, provenientes de Gabón, Camerún y Congo Brazzaville, y que se han sumado a la Fomac, la fuerza de interposición enviada por la Comunidad Económica de los Estados de África Central. Posiblemente, más que cualquier arenga de sus autoridades, a los ciudadanos les han reconfortado las palabras de Jean-Felix Akaga, jefe de la misión internacional. El oficial se ha declarado dispuesto a dar la orden de disparar si los insurrectos prosiguen su avance hacia la ciudad.
El país parece confiar su integridad a soldados extranjeros y el futuro, a negociaciones complejas. Los centroafricanos saben que la resolución del conflicto depende de las conversaciones entre el Gobierno y la coalición Séléka, ya iniciadas en Libreville. Mientras tanto, el ánimo no está para festejos. Los guerrilleros se hallan en Damara, a tan solo 75 kilómetros, las calles de Bangui están cortadas por barricadas y el toque de queda las vacía entre las seis de la tarde y las cinco de la mañana. El sacerdote madrileño Jaime Moreno reside en la urbe y sostiene que, tras las últimas incorporaciones militares, es muy difícil que se produzca una nueva ofensiva. «Aunque esto es una caja de sorpresas», advierte.
Entre esos giros insospechados destaca la amenaza del conflicto interétnico en un territorio poblado por ochenta comunidades diferentes. A ese respecto, el religioso apunta cierto fenómeno, muy inquietante, que se repite a lo largo de toda la ciudad. «Los responsables de seguridad se llevan a las familias que pertenecen a la misma tribu que los rebeldes y se desconoce el destino», relata. «Todo el mundo sospecha que son torturados o algo peor».
Los afectados son de adscripción rounga y goula, pueblos musulmanes originarios de la prefectura de Vakaga, en el extremo septentrional, y minoría dentro de una población mayoritariamente cristiana. «Los milicianos se han enterado de lo que sucede y han amenazado con atacar si no se detienen las desapariciones», indica Moreno. Según explica, el Gobierno ha rechazado las amenazas aduciendo que la ocupación de Séléka se ha acompañado de asesinatos, violaciones y saqueos. «Tanto el Ejército como los guerrilleros roban porque no hay logística que sustente las operaciones».
El rumor de que existen radicales islamistas dentro del conglomerado de grupos rebeldes también se ha propagado por la capital, una conjetura que se nutre de la expansión de los fundamentalistas por todo el Sahel. «Nadie quiere ir al norte, bastión de los movimientos antigubernamentales, y ahí hemos desarrollado labores de educación», apunta Moreno, director del Servicio Jesuita a Refugiados, organización que asiste a víctimas de conflictos y con la que colaboran en España las ONG Alboan y Entreculturas.
Pillaje masivo
La toma del poder allí donde llevaban a cabo sus prestaciones ha dado lugar al pillaje masivo. «Se lo llevaron todo de nuestras instalaciones», lamenta, y sugiere que ese puede ser el destino de Bangui si la ciudad es abandonada a su suerte. El levantamiento agudiza los problemas de un país clasificado entre los más pobres del mundo, aislado y rodeado de otros no menos inestables, carente de mínimas infraestructuras. «El Estado no existe, no hay carreteras, tan solo pistas de tierra y recorrer cien kilómetros supone conducir más de cinco horas», explica.
Tras fracasar su contraofensiva militar, el presidente François Bozizé se ha mostrado conciliador y ha ofrecido a sus enemigos la creación de un gobierno de unidad nacional alegando sus credenciales democráticas. Además de su final político, una eventual rendición le provocaría algunos quebrantos económicos. «Él es dueño de todo», afirma Moreno y, entre otros negocios, cita la red de gasolineras y tiendas de alimentación.
El religioso también indica que «el partido gubernamental es su familia». Pero, a veces, no resulta conveniente trabajar con los más cercanos. En noviembre, Kevin Bozizé, hijo del dirigente, fue detenido tras negarse a pagar la voluminosa factura derivada de su estancia en un hotel de cinco estrellas y otro vástago, Jean Francis, hasta ahora considerado el delfín del régimen, acaba de ser destituido de su cargo como ministro de Defensa. Afortunadamente, cuenta con el apoyo de los gbaya, su etnia, que constituye el 34% de la población.
Hace tiempo que los civiles extranjeros abandonaron Bangui. Los últimos han sido los chadianos y Jaime Moreno permanece en constante contacto con la Embajada gala, encargada de la evacuación de los europeos. La capital, con algo más de medio millón de habitantes, está considerada una de las más peligrosas del mundo. «Aquí hay unos 16.000 niños de la calle y sobreviven de los robos».
A ese riesgo se añade cierto sentimiento xenófobo de nuevo cuño. «Hace una semana, el presidente achacó la responsabilidad de la situación a Francia y Estados Unidos, y aquí cualquier blanco es considerado francés o yanqui», explica. «Hemos de permanecer en casa por el riesgo de linchamiento. En esta ciudad hay muchos machetes».