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Ya se nos nota en la cara

Antonio Ares Camerino
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La verdadera felicidad y riqueza se sustancia en detalles nimios. Una simple sonrisa de soslayo, un atardecer plácido y tibio, un perfume percibido en la parada de autobús y que te transporta a otro barrio, aperitivos con los amigos y sin prisas, la tranquilidad del que percibe que los suyos tienen el bienestar a buen recaudo. Estos pormenores se han esfumado por arte de magia. Ya sólo nos queda sobrevivir al peor de los destinos, la incertidumbre, y esa se nos nota en la cara. La alegría se nos ha ido de forma paulatina, ahora es como si nunca hubiese albergado en nuestro entorno, nuestros rostros y vestimentas traducen a la perfección el mal tiempo que se cierne sobre nuestras cabezas. Estamos más tristes, más inseguros, más resignados, el miedo se ha apoderado de nuestras conciencia. Y lo peor de todo es que nos han hecho creer que no existe otro camino, que nos los merecemos por nuestra mala cabeza, y eso que la deuda privada de este país es menos del diez por ciento, el noventa restante es de la banca, administraciones y empresas privadas. ¡Por haber tenido el sueño de que éramos ricos sin serlo, nos vemos en este sin vivir!

El índice Gini es el indicador que mejor mide la desigualdad social en porcentaje. Su valor fluctúa entre el 0 (cuando la riqueza está igualmente repartida entre toda la población) y el 1 (cuando toda la riqueza la posee una única persona). Los índices más bajos los tienen los países del norte de Europa y los más altos están en los países sudafricanos y latinoamericanos.

Nuestros datos han empeorado de manera alarmante en el último lustro. Según el Informe de Intermon Oxfam (2012) tardaremos 25 años en recuperar los niveles de bienestar anteriores a los de la crisis.

La senda de la austeridad y los recortes nos van a llevar a cifras récord de pobreza. Más de dieciocho millones en 2022. Los más ricos ingresarán más de quince veces más que los más pobres.

Situaciones similares se produjeron en la década de los 80 y 90 en América Latina y el Sudeste Asiático. Las deudas contraídas con el FMI asfixiaron las economías de esos países, relegando a su población a la miseria.

Hagamos caso de la advertencia de la Presidenta de Brasil, Dilma Rouseff: «Nosotros ya hemos vivido esto. El Fondo Monetario Internacional nos impuso un proceso que llamaron ajuste, ahora lo llaman austeridad. Había que cortar todos los gastos, los corrientes y los de inversión. Aseguraban que así llegaríamos a un alto grado de eficiencia, los salarios bajarían y se adecuarían los impuestos. Este modelo llevó a la quiebra de casi toda Latinoamérica en los años ochenta».

No es cuestión de crisis, es más de ideología, pretenden llevarnos a una sociedad dual, sólo de pocos ricos y muchos pobres. En sus manos está que nos cambie la cara. ¡Y bien que lo necesitamos!