Compra de almas
Actualizado: GuardarCansado del método tradicional y animado por los continuos mensajes que animan a emprender y a fundar empresas que fortalezcan el músculo empresarial, Satanás se decidió a montar un pequeño negocio de compra de almas. Ya estaba cansado del tradicional método de invocación junto a un gato negro y al amparo de la luna llena. «Con tantos parados, desesperados, desahuciados, enfermos, ingobernados…no me faltarán clientes», pensó mientras se acercaba a una sucursal bancaria para pedir un crédito para ponerlo todo en marcha. Allí la primera desilusión: «el negocio puede estar bien pero, ¿tiene usted avalista?». «Soy el príncipe del Averno, ¿no puedo beneficiarme de una línea de crédito blanda?». «Lo siento, son cosas de Madrid, ¿sabe? Hable usted con la dirección central, pero ya le digo que poco hay que hacer». Como para lo de las almas necesitaba grandes instalaciones, pensó asentarse en Las Aletas. Nueva decepción. Había encontrado unos terrenos pero no estaba muy claro de quién era la titularidad y si habría o no que expropiarlo. Eso sí, enseguida vio en los medios de comunicación que las distintas administraciones se apuntaban el tanto de que un empresario venido de lejos iba a instalarse en la Bahía gracias a la gestión de bla, bla y que generaría centenares de puestos de trabajo. Incluso ya apuntaban a que tendrían preferencia los exdelphi. Satanás, algo cansado de esta situación, prefirió arrendar un pequeño local en el centro de Cádiz y desde ahí gestionar su oferta de voluntades en venta. Los Compro Oro miraron con desconfianza a este nuevo rival de la desesperanza ajena. ‘Tus deseos a cambio de tu alma’, prometía en el cartel que presidía su negocio, entre una tienda de muebles en permanente liquidación y un bazar atendido por una familia. Poco a poco, movidos algunos por la curiosidad y otros por la envidia, los gaditanos fueron desfilando por este negocio de compraventa de eternidades. Pero no le fue bien a nuestro emprendedor. El alma de los que nada tienen no vale nada, los corazones en venta fueron pasando por el diabólico tasador que no les concedió a cambio más que un amor de primavera, una victoria futbolística o una esperanza pasajera.